El estudio del Siglo de Oro en los Estados Unidos durante el siglo XXI, 1

978-0-226-30654-4-frontcover¿Cuál es la situación de los estudios sobre Siglo de Oro en Estados Unidos en el siglo XXI? Desde hace al menos dos décadas se habla de la “crisis de las humanidades”, hasta convertir la frase en un lugar común, y la investigación sobre la literatura clásica en nuestra lengua se encuentra subsumida en dicha crisis. Compartiré a continuación algunas intuiciones junto a hechos verificables sobre la evolución de la crítica aurisecular de los últimos años.

Primer hecho verificable: no son buenos tiempos para el estudio de la literatura en general, ni para la del Siglo de Oro en particular. En algunos programas de postgrado, el estudio del Siglo de Oro languidece, pese al entusiasmo de los colegas, por el prejuicio de los estudiantes frente a lo “clásico”, que para muchos de ellos es sinónimo de “antiguo” y por ende “caduco”. Esta falta de interés, que se pone de manifiesto en bajas matrículas, provoca que la administración, siempre dispuesta a ahorrar dinero y reducir programas, arrincone a los departamentos y haga que el Siglo de Oro se encuentre en el lado más débil de la cuerda, junto a los estudios medievales y por extensión todo lo que no suene a contemporáneo o actual.

Para combatir este peligro de extinción que se cierne sobre nuestro campo de estudio, se han forjado algunas estrategias. Para darle un aire moderno o dinámico, los especialistas han intentado dejar de lado el término “Siglo de Oro” y reemplazarlo por “edad moderna temprana”, para integrar a la literatura española de los siglos XVI y XVII en el gran panorama de la literatura europea de su tiempo, intentando trazar conexiones con la literatura comparada o la inglesa. El esfuerzo no es nuevo: recordemos que El pensamiento de Cervantes (1925) fue, entre otras cosas, el intento de Américo Castro de incorporar la obra cervantina, y con ella a la literatura española del Siglo de Oro, en el gran marco del Renacimiento, tal como lo había delineado Jacob Burckhardt.

Otra propuesta de renovación del Siglo de Oro es el empleo del rótulo de “España imperial” o “Imperial Spain”, en un esfuerzo por trascender la separación entre España y sus colonias. Esto entra en conflicto con el gran poder de los estudios latinoamericanos, que empezaron a surgir tras la Revolución Cubana (1959). Recordemos que hasta los años 60, la literatura que se estudiaba en los departamentos de español era mayormente peninsular: peninsulares o peninsularistas eran gran parte de los profesores, algunos de ellos exiliados o anglosajones que habían abrazado el interés por España en el contexto de la Guerra Civil. Los estudios de la España imperial propondrían entonces contemplar y analizar grandes escenarios, como el del Mediterráneo o el del Atlántico, para, nuevamente, establecer conexiones con otras disciplinas y áreas de estudio. En lo que respecta al Atlántico, el nuevo enfoque todavía no logra asimilar el área de los estudios coloniales, cuya perspectiva durante las últimas décadas ha tomado su propio camino y hasta se define en oposición al espacio peninsular y europeo. Este es uno de los desafíos de los estudios auriseculares actualmente: entablar un diálogo más fluido con los estudios coloniales, al margen de los prejuicios mutuos, y converger. Probablemente esto ocurra más por presión del espacio académico que por propia voluntad de los investigadores: la reducción de puestos y cátedras está llevando a fusionar áreas que antes exigían especialistas distintos. De un tiempo a esta parte, se ve que, ante la jubilación de un profesor de literatura española medieval, la administración tiende a eliminar la plaza y convertir al especialista en Siglo de Oro en medievalista por necesidad. Siguiendo esa tendencia, llegará quizás el momento en que colonial y Siglo de Oro se fusionen, más que nada por presión administrativa y desánimo de los colegas.

En suma, el cambio de nombre de “Siglo de Oro” por “edad moderna temprana” o “España imperial” pretende dinamizar y refrescar nuestros estudios para volverlos más atractivos y promover un enfoque interdisciplinario. Para defenderse ante un gran enemigo, hay que buscar aliados para juntos volvernos más fuertes: los estudios auriseculares se abren al comparatismo, al gran panorama continental y oceánico, incorporando herramientas de disciplinas próximas a la literatura: los estudios históricos, las ciencias sociales, la historia del arte y los estudios culturales. En torno a la interdisciplinariedad, precisamente, conviene observar este fenómeno: el Siglo de Oro acostumbra llegar a las nuevas tendencias críticas con un retraso de entre 5 y 10 años. Así, quien estudió en la escuela graduada teatro del Siglo de Oro en los años noventa se formó en el neohistoricismo que había desarrollado Stephen Greenblatt para la Inglaterra isabelina en los años ochenta. La aproximación neohistoricista es la que se aplicó a Calderón de la Barca, por ejemplo, tal como lo ilustra el influyente The Play of Power de Margaret Greer, en 1991. En la primera década de este nuevo siglo debemos a Enrique García Santo-Tomás la introducción de la “cultura material”, que se consolidó en el mundo anglosajón en los años noventa, a nuestra área de estudio, con su Espacio y creación literaria en el Madrid de Felipe IV (2004). Lo mismo puede decirse sobre la “sociología del arte”, proveniente de la obra crítica de Pierre Bourdieu, también de los años noventa, que solo se ha aplicado a Siglo de Oro de la mano de la investigación de Carlos Gutiérrez (La espada, el rayo y la pluma, de 2005) sobre Francisco de Quevedo. Otra perspectiva, conectada con la cultura material, es la del estudio del discurso sartorial, es decir el discurso sobre los vestidos como seña de identidad y negociación social, que impulsó Encarnación Juárez Almendros en su libro El cuerpo vestido y la construcción de la identidad en las narrativas autobiográficas del Siglo de Oro, publicado en 2006.

Los tres modelos interpretativos que he presentado reflejan también un síntoma de esta renovación de perspectivas en los estudios auriseculares: la renovación proviene, generalmente, de adoptar teorías y marcos críticos elaborados en los estudios de la temprana modernidad de Inglaterra y Francia. Esto no quiere decir que no haya originalidad posible en nuestra área de estudio. Junto a esas perspectivas críticas que el Siglo de Oro recoge y adapta, hay interés en la singularidad del espacio hispánico, a partir de las teorías de la “otredad” y el sujeto subalterno, paradigmas críticos que también se consolidaron en la segunda mitad de la década de 1990, alrededor de la escuela de Pittsburgh, encabezada por John Beverley, y el post-colonialismo. En esa senda, el “otro” en el Siglo de Oro suele ser el indígena, el judío y su descendiente cristiano (el converso), así como el musulmán y el sujeto cristianizado de origen árabe (el morisco). De estos tres grupos (nativo americano, semita y árabe), el interés académico por el último ha sido el preponderante en esta primera década.