«Recuerdos de infancia y juventud» del Inca Garcilaso

Luego de varios años, logré adquirir un ejemplar de Recuerdos de infancia y juventud, antología de textos del Inca Garcilaso de la Vega que preparó y prologó Raúl Porras Barrenechea. Publicado en 1957 por el Patronato del Libro Peruano, bajo el auspicio de la Casa Grace y la hacienda “Huando”, el librito es una rareza bibliográfica, aunque todavía pueden hallarse algunos ejemplares en el centro de Lima por un precio ridículo. El garcilasismo de Porras que propició esta antología prosigue el planteamiento de José de la Riva-Agüero y la denominada escuela hispanista que, en las primeras décadas del siglo XX, en polémica con el auroral indigenismo, veía en el Inca Garcilaso al primer peruano. Desde la perspectiva hispanista, Garcilaso, como mestizo cultural y racial, habría superado los conflictos de encontrarse entre dos mundos a través de su nueva identidad, la cual habría quedado grabada en su magna obra y esta a su vez habría dado forma, precisamente, a la peruanidad.

Parte de ese discurso lo consolidó Porras con varios trabajos (exhumó documentos, editó la Descendencia de Garci Pérez de Vargas y hasta rescató la casa de Garcilaso en Montilla) y lo plasmó literariamente con esta antología. Recuerdos de infancia y juventud difunde la lectura de la obra de Garcilaso como producto del primer peruano mediante una cuidadosa selección de fragmentos en los que el historiador cuzqueño apela a evocaciones de su vida en el Perú (partió a España poco después de cumplir los veinte años y allí vivió medio centenar más). Los fragmentos seleccionados entrelazan memoria personal y discurso historiográfico: el testimonio de los antiguos (la parentela indígena, aquellos que lloran a sus antiguos reyes) es refrendado por la voz del testigo que, muchísimo tiempo después y lejos de la patria, puede hablar en primera persona de esos mismos lugares o de lo que alcanzó a ver de ellos. Los capítulos que dispone Porras giran en torno a descripciones de ciudades y monumentos, organización social y económica y algunas costumbres; todo acaba siendo registrado alrededor de experiencias propias: a tal conquistador Garcilaso lo conoció, o esa momia alcanzó a tocarla, las ruinas de ese templo fueron visitadas por él, etc. Si a todo ello se suma una prosa burilada, de lo mejor de la lengua del Siglo de Oro, estos Recuerdos de infancia y juventud constituyen un artefacto literario deleitoso.

El hispanismo de Porras no está exento de problemas. Aunque aspiraba a ser constructiva, su visión de un Perú mestizo consiste en asumir una basa indígena sobre la cual se erige una sociedad con primacía de lo hispánico, con religión católica y una organización política y social de tradición europea. En el contexto de multiculturalidad actual y la valoración de la diferencia, dicha visión puede resultar limitante o de plano cuestionable. En sus textos prima la visión estereotipada que encuentra en Garcilaso una actitud de timidez o silencio que tiende a identificar con lo indígena, tal es la presunta “tristeza india” que observa Porras en su prólogo (p. 11). Se trata de un rezago modernista que se encuentra en un poema de Chocano, por ejemplo, el famoso Quién sabe, señor, en el cual se plasma la imagen del indígena como taciturno y hermético frente al criollo. Sin embargo, al mismo tiempo Porras ofrece una interpretación romántica (que cree a pie juntillas que la voz del historiador corresponde a la persona de carne y hueso) de Garcilaso como exponente del tópico desengaño barroco frente al fracaso de sus pretensiones cortesanas de antaño, las cuales intentaría paliar con la memoria de sus antepasados indígenas y la gesta heroica de su padre y sus compañeros conquistadores. Esto último (el homenaje a ambos lados de su parentela) es indiscutible, romanticismos aparte, por lo que la conclusión de Porras no ha perdido vigencia: “Inútil, por esto, querer explotar a Garcilaso, en pro de una u otra tendencia exclusiva. Es indio, para los que quieren hacerle únicamente español, y se descubre hispánico, cuando intentan dejarlo únicamente como indio” (p. 15). La afirmación siguiente sí me parece algo más discutible: “En realidad, él representa la eclosión del alma peruana y encarna la fusión o el abrazo de las dos razas formadoras del espíritu nuevo del Perú”, pero ese ya es un debate aparte: pertenece a la polémica de la peruanidad y no a la obra de Garcilaso propiamente dicha a inicios del siglo XVII.