“Tan odioso como yo”: vida y obra del virrey Francisco de Toledo

Una forma de comprender mejor lo colonial, sus diversas etapas y profunda influencia en la sociedad actual (que es, efectivamente, postcolonial), es conocer la historia del virreinato peruano, uno de cuyos protagonistas es, indudablemente, Francisco de Toledo, quien gobernó aquellos territorios (mucho más vastos que el Perú actual) doce años: de 1569 a 1581, una década (la de 1570) en la que tomaría decisiones y ejecutaría acciones que tendrían consecuencias que aún se perciben. La reciente biografía de Antonio Rodríguez BaixerasTan odioso como yo. Vida y obra de Francisco de Toledo (1515-1582), virrey del Perú le hace justicia al personaje, gracias a la colosal documentación empleada y al profundo análisis que se hace de la evidencia a mano. El virrey Toledo no es una figura misteriosa o poco estudiada en la historiografía, por el contrario, sus hechos son harto conocidos. Uno de los capítulos más sobresalientes del clásico Orbe indiano de David Brading, “El procónsul”, era quizás la mejor introducción a su actuación como virrey o auténtico organizador de un nuevo orden andino. Lo que puede aportar esta biografía es la imprescindible reconstrucción del lado peninsular o europeo, si se quiere, del personaje, que ofrece un contexto que permite comprender mejor sus acciones dentro de la gran maquinaria que era la monarquía de Felipe II, con su gran ruma de papeles y prioridades.  

Como funcionario, su trayectoria es ejemplar: firme creyente en la monarquía católica de Felipe II (como que había servido a su madre, la emperatriz, y luego a su padre, Carlos V), segundón de una de las grandes familias de la nobleza castellana (los Álvarez de Toledo, su rama era la del conde de Oropesa, de allí que en más de una ocasión, a Toledo se le mencione como “el hermano del conde”), es consciente de su misión (mantener el orden, administrar, cumplir con obra social, servir a la Corona) y, como tal, sabe sus limitaciones (su gran sueño será ser encomendero de la orden de Alcántara, pero nunca lo consigue). Como sujeto noble, recorre casi toda Europa occidental (Italia, Francia, territorios alemanes y hasta el conflictivo Flandes, donde ve cómo se aplasta una rebelión, una imagen que quizás debió inspirarlo en su etapa peruana) y se mueve en ambientes palaciegos con soltura. En suma, Toledo conoce los engranajes de la monarquía en sus diversas facetas: su relación, siempre compleja, con la Iglesia, el boato cortesano y también el ambiente de los letrados (del que a menudo desconfía, por no haber pasado por la universidad). El Perú es para él un mundo totalmente nuevo, como que a los pocos años de llegar ya quería irse, pero acabará comprendiéndolo mejor a través de sus viajes.

En efecto, a Toledo se le debe la más grande visita (concepto legal de la época equivalente al de inspección general de territorios) que hizo un virrey de su tiempo y a él (así como a su equipo de visitadores o funcionarios) también se le debe la fundación de innumerables pueblos indígenas, mediante las reducciones, un gran operativo para movilizar grupos humanos y facilitar su incorporación a la nueva sociedad virreinal. Con Toledo no había vuelta atrás: lo mismo que destruye viejas estructuras, crea nuevas, así como que acoge conceptos prehispánicos (como la mita) y los reinventa. Toledo llega a Huancavelica, explora el terreno, toma medidas para la extracción del mercurio, pasa por el Potosí y se asegura de la productividad de las minas. Algo parecido hace con la Inquisición, a la que trae al Perú, con lo que entra en roces con las autoridades eclesiásticas (que ya ejercían sus labores). Igualmente, se mete en pleitos con audiencias y funcionarios ya asentados, que no quieren dejar sus puestos o intentan lo mismo hacerle la cama a él con acusaciones dirigidas al Consejo de Indias. La frase que da título al libro proviene de una carta en la que habla de sus broncas con los clérigos, en quienes observa un relajo que le parece lesivo a los intereses de la Corona: así como otros ministros de Vuestra Majestad no han dado vuelta personal a este reino y descubierto tanto lo que en esto hay, ninguno creo que les ha sido tan odioso como yo. En realidad, el comentario se aplica a todo su gobierno: su paso por el Perú supuso un ajuste de clavijas y enfadó a muchos, aunque también tuvo acciones positivas de impacto inmediato: amparó a familias de veteranos leales, promovió hospitales e impuso (contra todo y contra todos, como quien dice) la ordenanza real que prohibía la servidumbre indígena, así como que emitió varias ordenanzas que protegían a los naturales (entre otras cosas, reguló la mita).

Un capítulo aparte merece su política con los incas de Vilcabamba. Rodríguez Baixeras reconstruye bien el episodio y abraza una objetividad encomiable al respecto. La opinión de Toledo va cambiando y pasa de la línea negociadora a la intervención armada. Probablemente por su propia experiencia de vida y visión política, se inclina no solo por aplacar el foco resistente, sino que se plantea una ejecución pública, y por ende ejemplar, que se le sale de las manos. En su comunicación con él, Felipe II aprueba la decisión final, aunque también admite que algunas cosas de la ejecución se pudieron excusar. El mismo Toledo auspiciará también el matrimonio de Beatriz Clara Coya con Martín de Loyola, como parte de su visión de diluir el linaje inca o incorporarlo a familias de incuestionable lealtad. El episodio también sirve a Rodríguez Baixeras para deslindar de la leyenda negra particular de Toledo, como aquella que (por vía del Inca Garcilaso y Guamán Poma) difundió que Felipe II no quiso recibirlo a su regreso a la península. Probablemente Garcilaso y Guamán Poma dejaron correr la anécdota (más allá de si supieran que era apócrifa o no) en un intento por dejar intacta la imagen del rey (al fin y al cabo, ambos eran, como bien se sabe, leales a la institución monárquica). En suma, Tan odioso como yo hace justicia a un personaje complejo, con luces y sombras, pero cuya huella en el Perú, pasados más de cuatro siglos, persiste, tanto en la organización territorial como en el imaginario nacional.