Diario (deshojado) de Luis Alberto de Celis, VI: música, películas, recuerdos, reflexiones

15 de abril 

Espero que te encuentres bien. Es curioso saber de tu existencia a través de notificaciones. Tiene algo de automatismo, pero también de telegrama o botella al mar. Supongo que no hay fuerzas o ganas de escribir. Sea lo que fuere, lo comprendo. Yo tampoco tengo mucho tiempo para enfocarme en mis cosas. Pero quería, de todas formas, compartir esta canción contigo. La venía buscando hace años. En una de mis primeras mudanzas perdí el casette o el cd, o bien está refundido en alguna caja que me madre tiró o está por tirar. “Asoma el llanto” es de 1991. Yo la escuché en 1994 y me hacía pensar en el mar, en el vaivén de las olas, en la brisa y el amor de aquel “cálido viento del sur” que es como un poema. Una mujer -la mujer que solo hablaba de cosas- recibió en una época ese mote, “mi cálido viento del sur”, porque también ella era marina. Lamentablemente, en esa época no tenía acceso a la canción y me conformaba con cantársela con esta voz desastrosa que tengo. El amor motiva esas cosas y ocurre a todo tipo de almas. Hoy, en el sosiego de la primavera neoyorkina, cuando toda la nieve se derritió, finalmente, y los techos quedaron relucientes y el verdor asoma con alguna brisa fría, escucho la canción y tiene el poder de traer a mí sentimientos pasados, pero aún vivos, sin el viejo referente (hay que amar la música, no el instrumento, ya lo decía Onetti), quizás esperando la ocasión en que surja de nuevo, como la banda sonora de una película en la que uno participa sin saberlo. Este semestre Borges me aportó la idea de trama secreta. Explica muchas cosas y le da sentido a las cosas, incluso a las desdichas. Quizás algo extraordinario está ocurriendo ahora mismo en nuestras vidas y no lo sabemos. ¿Volvió el colibrí a rondarte? Pienso en el brillo especial de esas primeras luces de la mañana y el animal extraordinario. ¿Cómo cazarlo? Ese colibrí debe ser como el unicornio, que solo se rendía a doncellas en medio de un bosque espeso.

29 de septiembre 

Es absurdo engancharse a una conversación formal, abstracta, a través del teléfono o de la mensajería. No conduce a ninguna parte. Todo queda fragmentado, seco, sin ningún brillo. Lo opaca la inmediatez. El problema de la mensajería es que reduce todo a lo concreto, lo inmediato, sin ninguna reflexión. O si uno intenta hacerla, luego se ve interrumpido. Inútil. Hay que volver a la rutina de la tertulia continuada, de la videoconferencia o la cenita clásica, el banquete platónico.

30 de octubre

Vi Two for the Road. Me gustó su frescura, muy de los sesentas, según la cual no hay que ceñirse a ningún género que marque la pauta de los personajes: tiene ritmo de tragicomedia, de momentos silenciosos y reflexivos, a otros un tanto exaltados, en los que uno se ríe por lo inesperado, lo descarado, lo vivo. El cronotopo del camino, ya lo sabían los narradores clásicos, ofrece ancha vía para que los protagonistas confronten otras realidades, otras perspectivas, otras atmósferas y eso promueve la introspección. Me identifico hasta cierto punto con el escepticismo desinhibido que no excluye el permanente flirteo entre esos dos que de tanto conocerse saben pulsar cuerdas en el corazón del otro. Ese es el desengaño que te da licencia para decir casi todo lo que quieres y sientes a la persona con la que has compartido tanto, que ya nada le va a ofender. Y hasta podría entenderte y solidarizarse, con la cálida distancia del compañero (o compañera) de viejas querellas. Porque el amor en la práctica, cuando se prolonga y se desarrolla hasta sus últimas consecuencias, no es más que un hilo de memorias (con suerte agradables) que se solapan y configuran el ser en el que te has vuelto. Y están formadas de epifanías (esos escenarios perfectos en compañía), de querellas (que en la memoria hasta pueden resultar enternecedoras o en todo caso cómicas de tan cansinas) y del polvo de los sueños triturados. Así que, según lo muestra la película, la única forma de sobrevivir al amor es discutiéndolo, transformándolo, haciendo de él un tema, un objeto, una cosa que está fuera de nosotros, que ya pasó y que vamos a evaluar, hasta la extenuación. En otras palabras: mantener el calor que provoca la llama del amor revolviendo sus cenizas. No sentí en la película un mensaje derrotista o de sombra trágica en torno al amor, como en tanta historia romántica. Hay una película un poco posterior, llamada Anónimo veneciano. Se podría prestar a una comparación interesante. Un hombre y una mujer se encuentran para pasar el día juntos en Venecia. Toda la película consiste en verlos caminar y charlar por la ciudad lacustre, también revisitando su amor, pero aquí todo es serio, cerrado (como la ciudad por la que caminan, toda puentes y calles estrechas, con gente alrededor), en franca decadencia como Venecia misma (hundiéndose, literalmente, con el moho, los ferrys que se bambolean, el olor a pescado, etc.). Naturalmente, la charla conduce a una sensación de derrota, de algo fatal, que se cierne, inevitablemente, sobre los amantes y no queda más que aceptar (como en los grandes relatos de amor) que la pareja estaba signada por la desgracia, que los dioses no nos aman y no soportaban vernos juntos. Los héroes lloran y caen, pero cubiertos de gloria. Como rezan unos versos de Luz Casal: “pensaré que fuimos grandes/ pensaré que fuimos dos/ tú en tu cuerpo, yo en el mío/ y en un solo corazón”. Nada de eso se encuentra en Two for the Road. Y allí está su valor, su originalidad. Audrey Hepburn ilumina la escena, la cámara la adora y su cosmopolitismo y elegancia impregnan todo.

7 de enero 

Nota a Los caifanes. Una aventura nocturna. Bajo un esquema básico, resulta una película de culto, llena de referencias a la psicodelia y también a cierta “acción poética” que me recuerda a los asaltos surrealistas de los años veinte. Hay una cosa mexicana que me encanta: la capacidad para consolidar formas híbridas que no resultan del todo chocantes. La literatura peruana siempre me pareció aburrida por lo plana y cuando no lo es, la hibridez suele ser puesta al servicio de un discurso social marcado (solo Arguedas logra balancearlo con algo de lirismo en estado puro). Pero aquí, en la perspectiva mexicana, en la cual puedes recitar versos barrocos que encajan a la perfección en la aventura de la funeraria, con el guiño a la muerte como emblema de la festividad mexicana. La película envuelve y mantiene un buen ritmo. Enrique Álvarez Félix hace muy bien de señorito y anticipa a su rol en “Colorina”. La muchacha resulta mucho más aventurera que él y los caifanes tienen algo de los viscerrealistas de Bolaño. Probablemente esto no era tan ajeno a la “movida juvenil” del DF en aquellos años de un joven Roberto Bolaño

Otro detalle mínimo: el caballo de madera. Es un símbolo poderosísimo, la pasión, la libertad, la búsqueda a través de lo más visceral (como las patas de sagitario) que se identifica con la actitud vital de la banda. Me recordó mi antigua afición a las figuras de caballos, de la que nunca te he hablado. 

26 de febrero 

El problema de ser dichoso, ya lo decía Celestina, es que nos embarga el miedo de perder la felicidad. Nunca nos sentimos más frágiles. Se lleva mejor la pena: todo cambio puede ser para mejor. La esperanza es una fortaleza. Cuando se es feliz, la esperanza es débil, no nos la creemos.

Autor: orodeindias

Disce, puer, uirtutem ex me uerumque laborem, fortuna ex aliis

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