“Aventureros del Nuevo Mundo” de Javier de Navascués

Si bien la Leyenda Negra siempre ha sido un tema de moda, en los últimos años, a raíz de los debates culturales y políticos el asunto se ha revitalizado, con títulos como el de María Elvira Roca Barea acerca de la imperiofobia o el de Antonio Sánchez Jiménez sobre la Leyenda Negra en el Siglo de Oro. Como parte del interés entre lectores curiosos y aficionados a la historia, el libro de Javier de Navascués que comento aquí, con el subtítulo Héroes y villanos que forjaron la América hispánica, se inserta en el campo de publicaciones con fines divulgativos. Sin embargo, discretamente, el autor sabe cómo navegar en ese mar proceloso (que lo mismo haría naufragar en la mera leyenda negra como en regodearse en una leyenda rosa) y sale airoso frente a una serie de temas peliagudos que se encuentran en la médula del debate y las interpretaciones acerca de la exploración y conquista del Nuevo Mundo.

El libro se encuentra dividido en cinco partes. La primera se titula “Fundaciones y fronteras”. Enfocada en el siglo XVI, presenta once personajes de lo más disímiles, de toda raza, género y clase, cuyo rasgo común es haber participado de las primeras décadas del asentamiento español en América. Algunos son más populares que otros. Destaco, entre ellos, a Inés Suárez, conquistadora y gobernadora de facto de Chile (a quien dedicó Isabel Allende una novela de lectura recomendable); al indio Juan Diego, aquel que inició el culto a la Virgen de Guadalupe; Bayamo, el rey de los cimarrones; Francisco de Toledo (a quien los Andes peruanos todavía deben buena parte de su división política y administrativa) y los conquistadores criollos Juan de Oñate y Gaspar de Villagrá, quienes poblaron el territorio de Nuevo México con sinnúmero de trabajos. A través de sus fortunas y adversidades, Navascués nos sumerge en las singularidades de la colonización: su carácter de empresa privada, con la codicia como móvil (véase el interesante libro de Nicole Legnani al respecto); las dificultades del ambiente (geografía alambicada, climas extremos, fauna y flora nuevas); y los sempiternos problemas asociados a la evangelización (con frailes indómitos y otros tantos viciosos) y a la administración de un espacio tan grande con leyes que provenían de miles de kilómetros más allá de los mares (lo cual aseguraba tanto la inevitable cuota de corrupción como el surgimiento de liderazgos extraordinarios producto de ese mismo aislamiento).

La segunda parte, más breve, se ocupa de un solo territorio: el Chile de ciudades como Santiago y Concepción, en guerra constante con los nativos, la cual duró prácticamente todo el periodo colonial; los araucanos solo fueron vencidos, a sangre y fuego, por el Chile republicano, al que no le tembló la mano para aplicar una guerra a todas las luces genocida, a la vez que erigía La Araucana (el poema donde se canta a esos héroes nativos) como su poema nacional. Titulada “Flandes indiano”, en frase feliz de la época que captó bien la imposibilidad de ganar la guerra, esta parte repasa cuatro personajes que intervinieron en su desarrollo, desde el mítico Lautaro, hasta el curioso Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, cuyo Cautiverio feliz presenta a un criollo empático con los indígenas (no exento de actitud paternalista) y capaz de elaborar una crítica elaborada a la forma en que se conduce la guerra. Bajo el título de “Viajeros excéntricos”, la tercera parte se ocupa de cinco personajes, igualmente disímiles, que viajaron por el continente durante el siglo XVII: el curioso y tan mendaz como apasionado fray Diego de Ocaña; la singular Catalina de Erauso, el incorregible tránsfuga Thomas Gage (que empieza como católico y acaba como anglicano); Pedro Chamijo, andaluz pícaro que se hizo pasar por descendiente de inca y casi logra convencer a las autoridades; y Martín del Barco Centenera, poeta mediocre y periférico por donde se mire que, no obstante, acuñó, en un golpe de genialidad, el nombre de Argentina para aquel nuevo país que empezó llamándose, a la manera de los rebeldes flamencos, Provincias Unidas del Río de la Plata. 

La siguiente sección de estos Aventureros del nuevo mundo se dedica a cuatro figuras letradas o intelectuales que surgieron o desarrollaron su obra en los nuevos centros urbanos americanos. Junto a los fácilmente identificables Garcilaso de la Vega y Sor Juana Inés de la Cruz, se encuentra Juan de Palafox, otro de esos singulares personajes que (como Francisco de Toledo, Sarmiento de Gamboa o Ruiz de Montoya) encuentra en América muchísimo por hacer y lo quiere llevar a cabo con todas sus energías, contra viento y marea, es decir contra el sentir de autoridades corruptas, funcionarios negligentes y un clero relajado. Por último, se presenta al artista Miguel Cabrera, a quien se le deben varias de las llamadas pinturas de castas que se encuentran desperdigadas en museos entre Europa y América y son el mejor testimonio de una realidad mestiza que supera largamente cualquier legislación o prejuicio oficial existente por entonces. 

Por último, “Ilustrados y rebeldes”, quinta parte del libro, presenta seis personajes activos en el siglo XVIII, que evidencian un cambio de paradigma, tanto cultural como ideológico: para empezar, son sujetos con vocación científica moderna (influencia de la ilustración), y a la vez se encuentra en algunos de ellos (los criollos) una inclinación patriótica que desencadenará las futuras independencias hispanoamericanas. Esta parte se abre con el perfil de Blas de Lezo, al que algunos divulgadores del patrioterismo han recuperado como figura modélica, con exageraciones y fake news. El autor separa bien el trigo de la paja en su retrato. Más simpáticos resultan los jovencísimos Jorge Juan y Antonio de Ulloa, quienes acompañaron al sabio La Condamine para la medición del meridiano y más tarde entregarán su vida al servicio público, entre América y Europa, y son impulsores de la modernización tecnológica de España. Igualmente, didáctica y reflexiva resulta la estampa de Túpac Amaru, el cacique José Gabriel Condorcanqui, vuelto ahora mito de indigenismos de diversa índole, cuya compleja mentalidad y singular proyecto político in progress Navascués expone bien. Una pareja de naturalistas, como se les llamaba entonces, configura uno de los rescates más notables del volumen: Félix de Azara, cuyas ideas anteceden o anuncian la teoría de la evolución de Charles Darwin, y el criollo José Celestino Mutis, cuya labor de descripción de la flora colombiana, vista desde la actualidad, es una labor ímproba y extraordinaria. El último perfil es doble, dedicado a Diego de Alvear y Carlos María de Alvear, padre e hijo, uno peninsular y el otro criollo rioplatense. Con la historia de esta sucesión familiar, llena de detalles novelescos, se cierra no solo la colonia como periodo (pues el hijo será un conspirador de la causa patriota argentina), sino que se plasma de forma estupenda la relación entre España y la América hispana: una relación de semejanzas y contrastes, de luces y de sombras, de simpatías y sospechas, de amores y odios, pero que es, por todas esas mismas características, insoslayable e indestructible. 

Aventureros del Nuevo Mundo está escrito de forma amena, didáctica, con datos curiosos (solo uno, ciertamente fantástico: la historia de Jean Godin des Odonais, que se expone en la nota a pie de página 81) y una gran capacidad de síntesis. Javier de Navascués cubre, dentro de un espacio limitado y razonable, varias aristas de la experiencia colonial y expone oportunamente sus matices: se saca del olvido la esclavitud indígena (situación excepcional, pero real, como castigo a los pueblos rebeldes, pese a la legislación que la prohibía), así como que se resalta el fenómeno tan extendido del cimarronaje, aquellas comunidades de negros libertos que, dado el caso, hacían acuerdos con las autoridades y hasta podían apoyar en la defensa de los territorios frente a las incursiones de piratas británicos. Asimismo, el autor, manteniendo un tono equilibrado, cordial y sobre todo desprovisto de cualquier sentimiento de culpa (rasgo inútil que, no obstante, algunos autores elaboran para sentirse justificados), invita al lector a detenerse a analizar el tema considerando la perspectiva de sus personajes (como la lógica del rebelde araucano, que lo mismo pasa a cuchillo a sus enemigos europeos, ‘blancos’, como a otros indígenas), así como que también le presenta la evolución de determinado personaje o evento y la forma en que se le interpreta en la actualidad (al margen de cuán distante o fiel sea a la época). Así, se expone bien, para el lector lego, la imagen de Sor Juana, ya enigmática para el público (mayoritariamente masculino) de fines del XVII como para las agendas contemporáneas que la revisitan constantemente, o se describen proyectos tan modernos y progresistas como la biblioteca palafoxiana. Aventureros del Nuevo Mundo, en suma, logra brindar una imagen tan rica como sutil y lúcida de lo que significó, entre cruces, lanzas, libros y proyectos utópicos, el surgimiento de la América hispana.

Autor: orodeindias

Disce, puer, uirtutem ex me uerumque laborem, fortuna ex aliis

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