Un amor de Borges, Estela Canto y El Aleph

conestelacantoUno de los amores más célebres de Jorge Luis Borges es el que mantuvo por Estela Canto, a quien dedicó su relato El Aleph. La ligazón entre Estela y dicho cuento es tan grande que cuando lo acabó, Borges tuvo a bien regalarle el manuscrito autógrafo. Canto lo retuvo muchos años, hasta cerca de la muerte de Borges, cuando lo vendió a la casa Sotheby’s, que lo puso a subasta. La puja fue ganada por la Biblioteca Nacional de Madrid, en cuyos fondos descansa ahora el autógrafo.

¿Quién era Estela Canto? Hija de una tradicional familia de estancieros empobrecidos (en la senda del propio Borges), con ramas distribuidas entre Argentina y Uruguay (otro elemento común con Borges, quien era primo de Enrique Amorim, millonario de Salto), era el tipo de mujer independiente y progresista que había provocado el auge económico modernizador de Buenos Aires. En sus muy recomendables memorias, Borges a contraluz, Canto recrea este contexto de ostentación, riqueza y refinamiento: familias que iban a Europa como parte de la educación que brindaban a sus hijos, llevando inclusive vacas para darles leche fresca durante el largo viaje en crucero y que tras unos años viviendo en hoteles de París, Ginebra o Londres volvían a Buenos Aires a construirse una residencia a imitación de los châteaux que habían conocido en Francia. Gentes que vivían de espaldas a la “plebe ultramarina” que denigraban Leopoldo Lugones y sus adláteres, señores de la ciudad letrada en la que un sujeto como Roberto Arlt era una anomalía y su creación, testimonio de una sociedad diglósica, caótica, miserable y migrante, era considerada como literatura de mal gusto. Estela Canto es plenamente consciente de este status privilegiado y hasta puede asumir una postura crítica frente a él (recuérdese que posee una tendencia izquierdista); probablemente Borges no lo era o no le importaba, ya que seguía abrazado a una actitud de rico pobre, la del aristócrata venido a menos que porta su apellido como una capa que le da elegancia al caminar y que le da una perspectiva particular de la vida. A este propósito, traigo a cuento un dato que Ricardo Piglia suele recordar como una curiosidad: Roberto Arlt ganaba cerca de 500 pesos al mes en el periódico en la época de las aguafuertes; Borges ganaba la mitad, 240, en su humilde puesto de auxiliar en una biblioteca municipal (a la que había llegado gracias al enchufe de Adolfo Bioy Casares, por cierto). Sin embargo, pese a estas diferencias económicas patentes, solemos imaginar a Borges como un señorito en su andar y su actitud ante la vida, frente a un Arlt proletario y marginal.

La relación entre Borges y Estela se da en aquellos años cruciales en que el argentino venía escribiendo sus grandes relatos: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Pierre Menard, autor del Quijote y El sur. En este contexto de creatividad máxima de Borges, el amor hacia la muchacha bella y políticamente comprometida, con la que compartía la pasión por el inglés (ambos charlaban o se escribían en esa lengua en ocasiones especiales) y la literatura anglosajona (Borges le obsequiaba libros en inglés o cogía prestados libros de la biblioteca del hermano de Estela) gestó parcialmente la ficción que conocemos como El Aleph. Beatriz Viterbo es el apodo que le daba Borges a Estela para embromarla y expresarle, de esa forma, un amor tan grande y literariamente fructífero como el de Dante. ¿No es la Comedia, finalmente, un poema que lo abarca todo, tal cual condensa el universo aquel objeto llamado aleph? ¿No es Beatriz quien guía a Dante Aligheri hacia la contemplación de la plenitud cuando lo lleva al cielo, tal cual Beatriz Viterbo, fallecida, llevará al protagonista (que se identifica con el propio Borges) a bajar al sótano de la calle Garay para admirar el universo en su infinitud? El Aleph, naturalmente, tiene sus aristas irónicas, como las que encarna Carlos Argentino Daneri, el primo de Beatriz, y ella misma, la musa, a quien el protagonista describe cargada de oxímoros. No este el lugar para ahondar en las aguas abisales de El Aleph, puesto que ya llegará tiempo y espacio más adecuados para ello; por ahora solo quiero evocar aquel amor que contamina de vida y emociones reales la construcción de un relato que es, entre muchas cosas, un homenaje al amor desmesurado, el del Borges ficticio a Beatriz Viterbo y el del Borges real hacia Estela Canto.

La relación fue tan rica en matices, posibilidades y dramas, según lo ha contado la propia Estela en Borges a contraluz, que generó una película, difícil de encontrar, pero que recomiendo incondicionalmente. En la película Un amor de Borges (dirigida por Javier Torre en 2000) encontramos plasmado aquel episodio en la vida de un escritor en el pico más alto de su creatividad, justo cuando se está quedando ciego. Un aristócrata de espíritu, aunque de bolsillos pobres, que piensa que puede encontrar la felicidad más sencilla (tan difícil de conseguir) a la que uno puede aspirar en la vida: la de amar y ser amado. Es tan solo un escritor y, como tal, piensa que lo único que puede ofrecer como gesto de amor es su propia literatura.