“El zorro de arriba y el zorro de abajo” de José María Arguedas

En 1971, la editorial Losada publicó la novela póstuma de José María Arguedas, titulada El zorro de arriba y el zorro de abajo. Se trata de un proyecto muy ambicioso que no llegó a concluirse a causa de la profunda depresión que culminaría con el suicidio de Arguedas a finales de 1969. Lamentablemente, la novela es fallida y su propio autor lo reconocía. Para dejar una especie de testimonio de su trabajo y cerrar su obra (dicho esto a propósito de las despedidas literarias), Arguedas diseñó, en sus últimos meses de vida, un plan de libro que no es estrictamente la novela bosquejada, sino un testamento literario: la novela (compuesta de cuatro capítulos todavía algo crudos y un quinto consistente en fragmentos de futuros capítulos) se presenta con pasajes intercalados de sus diarios personales (los cuales nos proveen del contexto de escritura, sus motivaciones, así como sus ansiedades) y un conjunto de textos finales que determinan las últimas voluntades y diversas formas de despedirse que propone Arguedas.

Con esta descripción, queda claro que El zorro de arriba y el zorro de abajo es un libro de estructura compleja y que no se propone ser propiamente una novela sobre Chimbote, sino la novela de un escritor que quería escribir una novela sobre aquel puerto. Los zorros, como llamaba Arguedas a su novela fallida familiarmente, es el intento de un autor indigenista de narrar la ciudad. La novela es precursora de un tipo de narración urbano-marginal que se desarrollará en Montacerdos y textos posteriores: la vida de la barriada, de la periferia en la que el migrante andino vive, especie de “ciudad dormitorio” para la explotación en la fábrica de harina de pescado. Chimbote es una ciudad máquina. Hay personajes muy diversos: criollos, zambos, inmigrantes de varios lugares de la sierra y hasta un joven norteamericano (Maxwell) que experimenta la cultura andina, intenta comprenderla y hasta se propone una suerte de transculturación. La novela tiene muchas facetas, líneas narrativas inconclusas y solo vislumbres de un proyecto mayor (quizás algo así como una novela total) que Arguedas apenas esboza en su último diario, como la revolución y la muerte de Maxwell. Constantemente referido, aunque no lo vemos actuando, aparece el magnate del que todos hablan y parece ser un pequeño dios que juega con sus destinos: Braschi, nombre que alude al famoso Luis Banchero Rossi, muy famoso por los años de composición de la novela (1968-1969). 

Con todo, los personajes con mayor presencia en la novela son cholos en el viejo sentido de “indígenas que se adaptan a la ciudad”. La novela se propone retratar ese nuevo rostro de las urbes costeñas. Era un objetivo comprensible, tanto por la época (la de las grandes migraciones que se intensificaron a partir de la década de 1950), como por el interés de Arguedas de seguir de cerca el desarrollo del sujeto andino, que ya no se hallaba encerrado en el mundo de las comunidades de Yawar Fiesta (1941) o en las chicherías de Los ríos profundos (1958). La costa había empezado a cholificarse (si se permite el palabro). Para quienes tengan una visión más inmovilista del indigenismo, habría que recordar que Arguedas celebró la publicación de Los inocentes de Oswaldo Reynoso en 1961, con un texto llamado “Un narrador para un mundo nuevo”. Arguedas era consciente de que había un cambio social que había impactado también en la narrativa: se empezaba a narrar la experiencia urbana. Lleno de optimismo, le recomendaba a Reynoso que “debería sumergirse en nuestras barriadas, aprender el quechua”, en lugar de irse a Venezuela, país en el que el escritor de Los inocentes iba a recalar, en efecto, algunos años. 

Arguedas da el nombre de “hervores” a esos primeros borradores que, pese a saber que aún necesitan trabajo, propone como la novela que vamos a leer. Como diría Cervantes sobre La Galatea: los “hervores” proponen algo y no concluyen nada. Son morosos, un tanto dispersos, a ratos se te caen de las manos. Para quien haya leído al mejor Arguedas, el de los cuentos de Agua y una novela como Los ríos profundos, se extraña la mirada lírica, aquella que penetra en la naturaleza (los ríos, las aves) y en los objetos a su alrededor (la campana, el zumbayllu). La ciudad no ofrece esas experiencias o el narrador no logra auscultarlas aplicando la perspectiva que, en libros anteriores, le había brindado tan buenos resultados. A ratos los personajes intentan enfrascarse en este procedimiento, pero resultan divagaciones, porque no logran consolidarse en el estilo de la novela. Hasta la figuración de los zorros está planteada a medias y nunca se alcanza a constituir una isotopía tan poderosa como se quisiera. Sin duda, como lo reconocía el mismo Arguedas, a la novela le faltó trabajo. Lo cierto es que, con la depresión que estaba pasando, era difícil concentrarse en ella e invertir todas las horas que hubiera necesitado. Y él es consciente de ello: en el titulado “¿Último diario?”, Arguedas apunta todos los defectos del trabajo que nos está presentando. Los capítulos del 1 al 4 necesitan más revisión y el último capítulo (compuesto de varios fragmentos en los que algo del mejor Arguedas aparece) sería el germen, en realidad, de los capítulos a los que el autor no llegó a dar forma definitiva. Este carácter incompleto es el que ha llevado a azuzar interpretaciones sobre personajes y escenas que, a veces, han de reconstruirse o deben soportar hipótesis basándose en lo que Arguedas habría querido escribir.

Pese a estas observaciones sobre la novela fallida, Los zorros logró gran trascendencia: no solo por tratarse de un proyecto ambicioso o por tratarse de la novela póstuma de un gran escritor, sino por constituir una novela cuyo final coincide con el del propio novelista. Un plan maestro, algo tétrico, que no obstante le otorga a la novela un aire definitivo y de despedida que guarda sentido con la vida agónica (en el sentido griego del término) de su autor. El gran protagonista no es otro que él, el autor implícito que, al cerrar las páginas del libro, coincide con el autor real. Con ello, quizás sin proponérselo inicialmente, José María Arguedas alcanzó aquella ansiada modernidad que lo inquietaba tanto a causa del Boom.

Autor: orodeindias

Disce, puer, uirtutem ex me uerumque laborem, fortuna ex aliis

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