“Aguafuertes porteñas” de Roberto Arlt

aguafuertesLas aguafuertes porteñas eran “notas” (así se refiere a ellas su autor) de un periodista, textos breves que conformaban una columna diaria en El Mundo, entre 1928 y 1933. Su producción posee ciertos intervalos, pero la cantidad de aguafuertes supera el millar. Entiendo que no se han publicado todas, no solo por la cifra colosal, sino también por el hecho de que algunas no nos han llegado. En la edición que manejo aquí, la antología de Aguafuertes de David Viñas (segundo tomo de las Obras de Roberto Arlt en Losada), se señala que algunos ejemplares de El Mundo en archivos tienen la página de la respectiva aguafuerte muy maltratada o completamente rasgada.

Las aguafuertes podrían ser el carnet de un cronista urbano. Día a día, Arlt examinaba la sociedad bonaerense: disecciona sus personajes típicos, lo cual le da un aire costumbrista; ausculta con simpatía picaresca el mundo del crimen; y emite opiniones sobre la cultura argentina contemporánea, como el papel de la letras o la política. Las aguafuertes tuvieron muchísimo éxito de lectoría y Arlt logró vivir de su escritura. Además, empleó ese mismo formato para sus “notas” de viajero, entre España y Marruecos.

En su prólogo a las Aguafuertes, David Viñas observa que estos textos pertenecen al mismo universo de Los siete locos y Los lanzallamas. Podría decirse que en las Aguafuertes, Arlt delineó perfiles, caracteres y escenarios que luego serían la materia de su trama novelesca. Así, resulta inevitable, leyendo el texto sobre “La decadencia de la receta médica”, imaginarse al farmacéutico Barsut, el fanático delirante de Los siete locos: “Tengo simpatías por los farmacéuticos. Son gentes que tienen conocimientos para poder fabricar bombas de dinamita, que a veces se ocultan bajo una pastilla de menta, y eso me merece un profundo respeto”. Las aguafuertes son un retablo de diversos oficios y tipos sociales, como el vago, el estafador, el mantenido, el ladrón de poca monta, la jovencita en edad de casarse, la mujer hipócrita, la malcasada, etc. Eran personajes, todos, provenientes de la realidad de la época, que Arlt retrataba como un flanêur, el escritor que ejercía “el placer de vagabundear” (así se llama una de las aguafuertes más notables) para alimentar su obra.

Una nota aparte la merece la presencia de las lecturas del autor de El juguete rabioso, quien siempre ha cargado con la fama de haber carecido de una educación literaria. Sin haber pasado por la universidad, las lecturas que revela Arlt, a través de referencias de nombres y títulos, podrían sorprendernos: su conocimiento de narrativa del Siglo de oro consiste en la novela picaresca (la tríada del Guzmán, el Buscón y el Lazarillo) y en Don Quijote (del que recuerda al doctor Recio de Tirteafuera, que mataba de hambre a Sancho Panza en la ínsula); entre autores más modernos, aparece Víctor Hugo (cuando habla del posadero Thénardier), Lord Dunsany (con sus Cuentos de un soñador), Marcel Proust y los autores rusos que le hicieron ganarse el mote de “Dostoievski porteño”. Arlt se muestra como un hombre de mediana cultura, curioso y sensible, capaz de emplear sus referencias sin afán de ostentarlas, sino integrándolas a sus reflexiones con naturalidad; a la vez que censura a los intelectuales engolados de su tiempo (como Ricardo Rojas o Leopoldo Lugones).

Finalmente, las aguafuertes también nos muestran a un Roberto Arlt que se comunica con sus fieles lectores, que le escriben comentando sus textos, sugiriéndole temas o hasta criticándolo por su honestidad al momento de escribir, con ironía y escepticismo. No sabemos si era consciente del todo de esta dimensión comunicativa de su escritura, pero sí podía ver este fenómeno como una auténtica contribución a la sociedad:

¿Cuándo aparecerá, en este país, el escritor que sea para los que leen una especie de centro de relación común?

En Europa existen estos hombres. Un Barbusse, un Frank, provocan este maravilloso y terrible fenómeno de simpatía humana. Hacen que seres, hombres y mujeres, que viven bajo distintos climas, se comprendan en la distancia, porque en el escritor se reconocen iguales; iguales en sus impulsos, en sus esperanzas, en sus ideales. Y hasta se llega a esta conclusión: un escritor que sea así, no tiene nada que ver con la literatura. Está fuera de la literatura. Pero, en cambio, está con los hombres, y eso es lo necesario; estar en alma, con todos, junto a todos. Y entonces se tendrá la gran alegría saber que no se está solo.

En verdad, quedan muchas cosas hermosas, todavía, sobre la tierra. (“Sobre la simpatía humana”)

Este tipo de escritura, sincero y directo, sin ambages ni circunloquios, es el que influyó en un joven escritor como Juan Carlos Onetti, quien asimiló la lección de Arlt, la del existencialismo, la soledad del derrotado, el aire enrarecido de los cafés y las mujeres venales. A ello, Onetti le sumó un esmero estilístico particular y una profundidad que Arlt pudo vislumbrar, pero no llegó a componer.

Autor: orodeindias

Disce, puer, uirtutem ex me uerumque laborem, fortuna ex aliis

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