“Itinerarios cervantinos” de Víctor Ivanovici 

Este libro, publicado en Quito en 2016, recoge una serie de asedios críticos que su autor, el hispanista rumano Víctor Ivanovici, ha ido elaborando a lo largo de las últimas décadas. En su variedad de temas, subyace, sin embargo, una misma perspectiva, de cuño comparatista, que se nutre de lo mejor de la crítica literaria del siglo XX. Cada capítulo / ensayo recupera un concepto teórico, lo revisa y lo aplica, con sutileza, al asunto analizado. En el libro desfilan, como materiales críticos de apoyo y consulta, el formalismo ruso (como lo expresó, para la prosa narrativa, Víctor Sklovski), la aproximación lingüística de Roman Jacobson, el comparatismo crítico de Auerbach, los planteamientos postestructuralistas de Michel Foucault, la ansiedad de la influencia de Harold Bloom e inclusive conceptos del psicoanálisis clásico que encajan bien y se vuelven operativos para los planteamientos de Ivanovici. El libro es extenso y rico en detalles y lecturas sugerentes, por lo que solo recojo lo principal.

El título del libro obedece a un viaje con Cervantes, a través de sus textos, pero también de los años de investigación y otros textos derivados (como la obra de Lawrence Durrell y la literatura griega). Como itinerario, el libro nos propone una guía o mapa, con paradas en rincones particulares (un personaje, un tema, un recurso narrativo) que en su conjunto nos brindan una imagen de Cervantes como el fundador de la novela moderna, tanto por su habilidad de arquitecto de una narrativa como por su pervivencia como modelo e inspiración de manifestaciones literarias diversas (traducción incluida) hasta la actualidad. Este itinerario o mapa de la obra cervantina se divide en tres secciones. Las dos primeras se complementan la una a la otra. En Parajes, paisajes, personajes, encontramos tres ensayos alrededor de Don Quijote de la Mancha y sus umbrales. 

El primer ensayo que lo abre, “Una novela de familia (con secuelas poéticas)” es un ejemplo del método del investigador: a partir de un rico concepto psicoanalítico (la novela familiar) el análisis se despliega en torno a la figura de la protagonista de la Gitanilla y su originalidad en el tapiz cultural y social de la España del siglo XVII. Desde la mirada irónica del narrador cervantina, Preciosa manipula instituciones clave como el honormatrimonio y hasta poesía para salirse con la suya. Siguiendo con la pauta de la novela familiar, el investigador le da la vuelta al término para examinar recreaciones de Preciosa que, como lecturas deformantes, persisten con su mito y lo resignifican, prolongando el legado y con ello el aire de familia del personaje en la literatura universal: primero, se ofrece un fino análisis del poema “Preciosa y el aire” de García Lorca y el posterior “Sueño con Preciosa” del escritor griego Odysseas Elytis, que habla del personaje a través de su lectura lorquiana. El ensayo constituye una lección mínima de literatura comparada, en la que se conjugan eficazmente análisis, teoría y profundo conocimiento lingüístico.

El siguiente ensayo, “De cara al cristianismo cósmico”, bebe, en cambio, de las meditaciones sobre la historia de las religiones que llevó a cabo Mircea Eliade. Ivanovici emplea el concepto de cristianismo cósmico, la inclinación sincrética de los pueblos europeos que provocó la coexistencia de cristianismo y creencias religiosas paganas (que se expresan en la magia o, inclusive, en los rituales del amor cortés), para analizar los mecanismos paródicos de la brujería en el Coloquio de los perros, por un lado, y el humor que desmantela la perspectiva amorosa de don Quijote como caballero. Destaca, nuevamente, la disección de la retórica de los personajes implicados en la transformación de Dulcinea de labradora a dama o princesa, la cual echa mano de terminología de la traducción (el análisis queda sintetizado en útiles cuadros sinópticos). A esta meditación de añade, para cerrar la sección, un trabajo breve sobre la Arcadia quijotesca, en la que se identifican cinco episodios o “miniarcadias”, cuyo análisis introduce a un concepto en el que se ahondará en la segunda parte de Itinerarios cervantinos: la parodia.

Bajo el título El Quijote como obra abierta (cuatro aproximaciones), esta parte del libro mete las manos hasta los codosen la novela cervantina como producto artístico. El primer ensayo, como digno ejemplo de lección comparatista, delinea la mímesis como procedimiento narrativo propio del periodo clásico y del Renacimiento, en tanto caracteriza el Barroco como el periodo que adopta la parodia como rasgo estético predominante. Ivanovici lo ejemplifica con episodios de Don Quijote de la Mancha que se prestan a la reflexión metaliteraria así como con un rico pasaje del Hamlet de Shakespeare. El siguiente trabajo (“El arte de novelar”) ausculta Don Quijote como sistema narrativo mediante un uso puntual (y muy efectivo) de las herramientas del análisis estructural del relato (Roland Barthes, A. J. Greimas et al.). Asumiendo un estructuralismo desengañado, según sus propias palabras, Ivanovici ofrece una descripción minuciosa de cómo funcionala narración cervantina, con perspectivas narrativas con conflicto y negociación que son las que generan series de episodios, en las que unas perspectivas chocan o se complementan, producen “cortocircuitos” que contravienen el ordenconvencional o el marco de expectativas de lo razonable (he allí el humor corrosivo). 

El tercer ensayo encierra una propuesta muy original: leer Don Quijote partiendo del Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell. Aunque no haya influencia reconocible de Cervantes en el autor inglés, lo cierto es que su concepción de su Cuarteto como palimpsesto invita a poner en contacto los textos en lo que la imagen del manuscrito, con sus anotaciones en los márgenes, sus omisiones y alteraciones, desarrolla una realidad inestable o ambigua en la que el lector ha de ejercer un rol activo, debido a la existencia de más de una instancia narrativa (el autor del manuscrito, su traductor, el “segundo autor”, etc.) que conduce, en última instancia, a concebir la narración no tanto como un discurso sino como una puesta en escena. Por último, la sección se cierra con el ensayo “Héroe y personaje: para una poética del homo fictus quixoticus”, el cual supone una pequeña lección de teoría de la novela: Ivanovici distingue entre “héroe”, como personaje cortado de una sola pieza o que viene diseñado de fábrica, frente a “personaje”, es decir aquella figura narrativa que se hace sobre la marcha; la dicotomía es solidaria de la oposición entre mímesis y parodia, ya que la primera requiere héroes y la segunda emplea personajes que, en su empeño por ser héroes se vuelven paródicos. Estos conceptos no se aplican mecánicamente, sino que, con la maestría del investigador, son dúctiles. Así, por ejemplo, se llega a considerar héroe, como categoría fija y elevada, a los personajes ficticios que participan de la trama de Don Quijote, como Amadís de Gaula u Orlando, quien serían héroes-discurso. El misterioso narrador de la novela sería, en cambio, un personaje-discurso

La tercera parte, y la más breve, del libro se denomina Tres itinerarios de la recepción y, para el investigador hispanohablante, resultan de interés para conocer el desarrollo del cervantismo de Europa del este, en el que Ivanovici ha hecho toda su carrera (vive desde 1985 en Grecia). Se presenta un panorama básico de la difusión de la obra cervantina en Grecia, Rumanía y Rusia, así como un comentario sobre la traducción de Don Quijote al rumano que se publicó 2004. En suma, Itinerarios cervantinos reúne una colección de ensayos que iluminan la obra cervantina desde múltiples perspectivas (el comparatismo, la lingüística, el postestructuralismo, el formalismo, el psiconálisis, etc.). Escritos con un estilo claro, didáctico, pero al mismo tiempo reflexivo en torno a los conceptos críticos empleados, estos ensayos son testimonio de una vida entregada a la lectura no solo de Cervantes, sino de la Weltliteratur en la que filología y literatura comparada felizmente convergieron.

Los recursos formales de humor en las “Novelas ejemplares”, de Grissel Gómez Estrada

Este estudio dedicado a las Novelas ejemplares supone una contribución original, por su perspectiva y su minucioso análisis de los mecanismos del humor a través de la indagación formalista del texto literario. En su brevedad y mirada de microscopio a la lengua cervantina, recuerda al clásico La lengua del Quijote de Ángel Rosenblat. Asimismo, por su recuperación de los aportes del formalismo ruso (tendencia crítica que dio muy buenos trabajos en el siglo XX), me trajo a la mente las últimas investigaciones del llorado Joseph Ricapito y su análisis formalista de las Novelas ejemplares.

Hablar del humor en Cervantes parece un lugar común, pero a la luz de la exploración que lleva a cabo Grissel Gómez Estrada se trata de un rasgo esencial que se evidencia en la elección misma de sus palabras y no solo en su reconstrucción de situaciones (como el humor físico o slapstick, o la escatología, asuntos largamente explorados). Resulta útil a este respecto el primer deslinde que hace la introducción del libro, en torno a la comicidad (expresada en acciones) y el humorismo (producto del lenguaje). Puesto bajo el microscopio, el texto cervantino se distingue por su habilidad para elegir, combinar y alterar palabras, así como para producir (sin modificación de palabras) tropos de pensamiento (la ironía, por ejemplo). 

Debido a su enfoque, el estudio se ocupa a fondo de ocho de las Novelas ejemplares, aquellas en las que el humor permea casi todos los aspectos de la trama, y deja de lado, razonablemente, las otras cuatro que son más bien serias en su desarrollo (La española inglesaEl amante liberalLa fuerza de la sangre y Las dos doncellas), así como la versión del manuscrito Porras de El celoso extremeño. Tras un panorama general en su primer capítulo (“Recorrido por las Novelas ejemplares«), los dos siguientes se ocupan de diseccionar las maniobras llevadas a cabo con palabras para producir humor en las novelas. En “Figuras de significación o tropos” se indaga, para empezar, en torno a los tropos de pensamiento, donde se identifica el manejo tanto de la ironía, como del sarcasmo, la paradoja y el chiste. Luego, en torno a los tropos de palabra se identifica la hipérbole y las diversas manifestaciones de la comparación (metáforas, símiles, etc.) como recursos más empleados para el humor (con un énfasis en la alusión mitológica para hacer reír, como aquel “Orfeo” del galán en El celoso extremeño, por ejemplo).

El tercer capítulo o sección se titula “Figuras de dicción o juegos de palabras” y propone analizar, al detalle, las formas en que se consigue producir humor a través de la modificación de la morfología. Muchos chistes que se suele denominar verbales encajan en esta modalidad y son los que mejor han envejecido con el paso de los siglos: entran aquí, por ejemplo, las equivocaciones o prevaricaciones lingüísticas del ignorante o el que no recuerda bien (como en Rinconete y Cortadillo), o neologismos entretenidos como mulantes y fregatrices para referirse a la chusma de mozos de mulas y fregonas en las aventuras de Carriazo y Avendaño. 

La cuarta parte del libro («Las figuras literarias dentro de géneros populares”) se ocupa de la capacidad cervantina para incorporar toda una cultura popular (esencialmente oral) en sus relatos, a través del narrador y/o los personajes, para plasmar un clima o ambiente narrativo. Dicho clima o ambiente demuestra la capacidad del texto, a través de una esmerada estilización, para mover los afectos del lector, promoviendo su distensión y aquella disposición a reír que caracteriza tanto el estilo de Cervantes. En este punto del estudio se observa el legado de las enseñanzas de Aurelio González (profesor de la autora), cuya lección como cervantista orienta sus principales objetivos críticos. Uno de los mayores méritos del libro de Grissel Gómez Estrada es localizar todos esos rasgos, que no cuesta identificar cuando se piensa en Cervantes (humor terapéutico, ironía sutil, paradoja, etc.), pero ahora volviendo a la materia prima del texto, en la forja de sus palabras, para descubrir al diseñador de estructuras y climas narrativos, es decir, al novelista en estado puro.

«El aleph de los poetas» de Sara Santa-Aguilar

En las últimas décadas, la bibliografía sobre la poesía de Miguel de Cervantes se ha incrementado. Quizás como parte del agotamiento de los enfoques narratológicos o bien porque el giro culturalista ha propiciado dejar de lado la discusión en torno a la calidad estética, el corpus poético ha logrado ponerse en el centro del canon cervantino. Lejos están los tiempos en que se seguía, sin cuestionarlo, el prejuicio en torno a un Cervantes mal poeta, tópico producto de un malentendido (interpretar a pie juntillas lo que es falsa modestia) o simplemente de la convicción de que el genio novelesco no podía convivir con el ejercicio de la lírica. En esa relectura, desprejuiciada y atenta, de la poesía cervantina, puede situarse El aleph de los poetas: la poesía inserta en la narrativa de Cervantes de Sara Santa-Aguilar, reciente ganador del Premio “José María Casasayas”.

Este estudio se ocupa de catalogar y analizar los personajes poetas en las ficciones cervantinas, de La Galatea Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Bajo el concepto borgiano de “aleph”, aquel punto en que convergen todos los puntos, Santa-Aguilar aboga por una exploración de las múltiples representaciones de los poetas y las modalidades de la poesía que salen de la pluma de Cervantes para llevar a cabo funciones específicas en sus textos. Con su amplitud de miras y manejo de copiosa bibliografía, el libro también es muestra de una breve pero intensa trayectoria de la investigadora, que ha hilvanado los capítulos y secciones basándose en artículos publicados en los últimos años, los cuales ha revisado, ampliado y enriquecido para que la propuesta sea orgánica y coherente. Es notable, igualmente, el diálogo crítico que se sostiene con la ingente bibliografía secundaria, con la que se coincide o se discrepa, respetuosamente, en ocasiones, mientras en otras se le matiza y amplía, con agudeza y buen tino.

En el repaso de la narrativa cervantina, se observa el carácter innovador de La Galatea frente a la tradición pastoril, aunque se hace desde una perspectiva muy particular: la del rol de la poesía en las historias de los distintos pastores y sus “casos de amor”. Santa-Aguilar revela que las convenciones pastoriles también se ven cuestionadas y superadas a través del ejercicio lírico, que expone tanto rasgos antigarcilasistas como antiarcádicos, anunciando una superación del legado literario. 

El cuestionamiento de una estética da pie a considerar la poesía de Don Quijote de la Mancha, tanto la del marco como la de la narración propiamente dicha, como un elemento primordial de la faceta lúdica que posee el libro. En este texto se encuentra, asimismo, la mayor diversidad de poetas y posibilidades de la expresión poética. Santa-Aguilar detecta y desmenuza cómo la poesía inserta coopera no solo con el humor, sino con la ruptura de expectativas del lector, difuminando los límites entre fantasía y realidad. El manejo de la poesía inserta en la novela lleva a la investigadora a postular lo que denomina la “poética de la licencia”, mecanismo tanto cómico como desestabilizador a través del cual Cervantes promueve la mezcla de literatura y vida: bajo el criterio de “va de molde”, narrador o el personaje, según convenga, trae a cuento versos que socavan el discurso narrativo uniforme y lo hacen dúctil y ricamente ambiguo.

El capítulo dedicado a las Novelas ejemplares repasa un puñado de textos en los que se inserta la poesía y se debate. En primer lugar, el análisis de La gitanilla saca a relucir, con sutileza, el papel del poeta paje y encierra una propuesta original sobre su papel en la narración. En La ilustre fregona se extraen ideas jugosas en torno a la función de la chacona que canta Carriazo, así como el ovillejo que compone el enamorado Avendaño. En El celoso extremeño la habilidad de Loaisa con la poesía promueve una discusión sobre la autenticidad de los sentimientos del poeta o el carácter utilitario de los versos. En Rinconete y Cortadillo la poesía nos sumerge en el mundo del hampa, donde priman la vulgaridad y los versos toscos, pero nadie se priva a de opinar, componer o cantar. Pese a que se sitúa en un universo muy distinto, en El amante liberal volvemos a la discusión en torno a la apreciación de la poesía y su naturaleza, como producto de la inspiración o el arduo trabajo intelectual. Finalmente, El licenciado Vidriera El coloquio de los perros recogen opiniones sobre poesía y encarnaciones de toda laya de poetas, siempre observados bajo la original perspectiva cervantina (como aquel mal poeta de El coloquio de los perros, que, pese a ser mediocre, resulta amable por conmovedor). 

El libro se cierra con un capítulo dedicado a los póstumos Trabajos, donde la poesía escasea. Frente a las explicaciones que se han ofrecido a este fenómeno, Santa-Aguilar propone la suya, que resulta muy sugerente: la escasez obedecería a la imitación de Heliodoro. Más allá todavía: la función de oráculos, de carácter divino, que los poemas cumplían en la famosa novela bizantina se ve, de nuevo, trastocada por Cervantes, quien propondría en sus poemas insertos oráculos parciales o fragmentarios, reflejos de un mundo marcado por la inestabilidad y el perspectivismo que es moneda corriente en toda la obra del alcalaíno.

La conclusión que se extrae de la lectura de El aleph de los poetas parece obvia, pero solo como resultado del recorrido detallado que supone esta investigación capítulo a capítulo: la poesía en la narrativa cervantina está en todos lados y no es un accesorio. Como lo demuestra la investigadora, así como Cervantes exhibe destreza (para recrear tantas modalidades poéticas) e ingenio (para innovar, mediante la transformación de materiales heredados), expone asimismo los temas más candentes del debate en torno a el ejercicio de la poesía en el Siglo de Oro: ¿se es poeta por naturaleza o se estudia? ¿el buen poeta debe ser pobre? ¿todo poeta rico es malo? ¿el poeta debe ser modesto o reconocer públicamente su talento? En suma, El aleph de los poetas es una invitación, inteligente y entretenida, a volver a Cervantes con nuevos ojos, el de un viejo poeta que reflexiona sobre la poesía y la practica en medio de sus textos en prosa. 

“Seminario sobre el Quijote” de Alicia Parodi

9789502327433En la América hispana, el Siglo de Oro tiene dos plazas históricamente fuertes: México y Argentina. Una explicación posible a esta presencia de la literatura peninsular en ambos países se podría encontrar en el exilio republicano en el marco de la guerra civil. En efecto, la consolidación del Colegio de México, originalmente “Casa de España en México” (1938-1940), vino de la mano de exiliados que llegaron bajo el amparo de Alfonso Reyes, el primer director de la institución. Sin embargo, en Argentina la migración de investigadores españoles empezó antes: Amado Alonso había llegado en 1927 y dirigió el instituto de filología que ahora lleva su nombre hasta 1946, cuando se fue a trabajar a Harvard.

El legado de Amado Alonso en Buenos Aires a través del famoso instituto subsistió a lo largo del siglo XX con investigadores como Marco Morínigo, Isaías Lerner o Celina Sabor de Cortázar y puede encontrarse todavía hoy en figuras como Melchora Romanos o la propia Alicia Parodi, autora de este Seminario sobre el Quijote que se publicó el año pasado en las señeras prensas de Eudeba. La vitalidad del cervantismo y por extensión el siglodorismo en Argentina está asegurado, de la mano de otros nombres, más recientes pero ya consolidados, como los de Juan Diego Vila, Julia D’Onofrio y Clea Gerber, entre otros. Los trabajos cervantinos de estos investigadores están respaldados no solo por una tradición crítica y un magisterio que empezaron alrededor del instituto, sino también por una de las contribuciones americanas más eminentes a la filología aurisecular: la edición de Don Quijote de la Mancha que prepararon Celina Sabor de Cortázar e Isaías Lerner en 1969. La envergadura del proyecto no era, precisamente, inusitada en Argentina, si recordamos que Ángel Rosenblat había llevado a cabo, veinte años antes, su sobresaliente edición de los Comentarios reales y la Historia general del Perú del Inca Garcilaso también al amparo del Instituto de Filología.

Todo lo dicho hasta aquí constituye el contexto intelectual en el que se formó Alicia Parodi, quien nos ofrece en Seminario sobre el Quijote su lectura, con horizontes de ser orgánica, de la magna novela cervantina. Parodi se propone una interpretación alegórica de Don Quijote, a través del concepto de “figura”, de raigambre medieval, que se mantuvo vigente durante el Siglo de Oro. La “figura”, según la estudió Erich Auerbarch, empezó como una forma de armonizar textos distantes entre sí a través de imágenes que se fagocitan unas a otras y parecen replicarse en un larga la cadena de metáforas que genera la alegoría. Esta perspectiva recupera al don Quijote “caballero cristiano”, como gustaba decir Amado Alonso, que se propone ser, en palabras de Alicia Parodi que remiten a la Biblia, “hombre de Cristo”. La investigadora rastrea, a través de la lectura “figural”, una serie extensa de referencias, imágenes y alusiones que encierran el complejo mundo cervantino donde se sitúa el héroe arquetípico que debe enfrentar el mal. Igualmente, explora la innovación entre la primera y la segunda parte. Así, el Don Quijote de 1615 se ciñe a un modelo teatral, eminentemente cómico. A propósito de ello, en comunicación personal, Alicia Parodi me mencionó que hace poco descubrió, gracias a este blog, el estudio de Knud Togeby sobre La estructura del Quijote y le agradó encontrar inesperadas concomitancias con su trabajo.

La lectura de Seminario del Quijote es rica en ideas y referencias a tener en cuenta para entender, capítulo a capítulo, las dos partes de la novela, así como su complejo armazón. Como declara la misma investigadora en su prólogo, este libro se propone como el tipo de guía de lectura que en inglés se conoce con el nombre de Companion. Yo lo llamaría, siguiendo con la lengua de Edward C. Riley, The Argentinean Companion to Don Quijote. Alicia Parodi conoce bien la ingente bibliografía cervantina, pero resulta evidente que su interpretación se sostiene en hombros de colegas del Río de la Plata con los que comparte buena parte de sus métodos y criterios teóricos. Ningún investigador trabaja solo y satisface comprobar que quien escribe lo hace rodeado de una comunidad de colegas que a través de sus propios trabajos van trazando los senderos por los que se deslizan nuestras ideas, impulsadas por sugerencias y hallazgos previos. En suma, Seminario sobre el Quijote de Alicia Parodi nos ofrece la visión más orgánica y representativa del cervantismo gestado en la vecina orilla.

A propósito de “El lugar de la Mancha y la génesis del Quijote”

1437491290En el último volumen de la revista Cervantes (vol. 36, núm. 1), encontré un artículo titulado “El lugar de la Mancha y la génesis del Quijote: ¿choque, o confluencia de letras y ciencias sociales?” (pp. 123-155). Su lectura me ha suscitado varias discrepancias, motivadas por un escepticismo de filólogo que trabaja con textos de los siglos XVI y XVII.

La mayor dificultad que encuentro en el trabajo no es tanto su razonamiento, ya que este resulta difícil de refutar si se acepta su punto de partida. Precisamente, el cuestionamiento que haría a este tipo de trabajo (porque no es singular en su método o propósitos) no es tanto su rigor científico, que lo posee, sino la teoría literaria que lo sustenta y robustece. Para empezar, los autores se empeñan en encontrar la voluntad de Cervantes no solo de ocultar el lugar de la Mancha, sino de proponerlo como enigma. Lo primero bien puede ser, aunque no deja de ser, como los mismos autores lo admiten, parte de un juego irónico: para que los pueblos de la Mancha disputen, se prefiere guardar silencio sobre el lugar de donde era el protagonista. Dudo mucho que los intelectuales o historiadores locales de inicios del siglo XVII de la vida real lo hubieran hecho ni mucho menos creído, por lo que es una buena chanza, tanto como la del manuscrito arábigo en el Alcaná de Toledo y la fama de Dulcinea como saladora de puercos. Esta obsesión provinciana de realmente disputar solo surge cuando el libro se convierte en mito (mucho tiempo después de la época de Cervantes) y el protagonista deja de ser un ente literario para convertirse en símbolo o emblema de algo que poco o nada tiene que ver con el texto original. En esa justa han corrido la mayor fortuna Argamasilla del Alba y El Toboso (donde el turista puede visitar la casa “original” de Dulcinea).

Como lo difícil de demostrar es lo segundo (el enigma propuesto por Cervantes), los autores se basan en algunas recurrencias (como la aparición de ciertos topónimos y otros elementos) para establecer que existe una gran precisión en la geografía aludida, la cual avalaría la idea de que existía un “modelo vivo” (como diría Rodríguez Marín), es decir un personaje que, vuelto leyenda local, habría sido homenajeado secretamente por Cervantes. El dejar el misterio abierto, para que un grupo multidisciplinar de científicos a inicios del siglo XXI lo descubriera, habría sido una de las mayores glorias cervantinas, que salpica de paso al pueblo que el alcalaíno quiso disfrazar para desafiar el intelecto de sus lectores bien educados de inicios del XVII: Villanueva de los Infantes. La idea suena tan atractiva como fantasiosa y evoca las tramas de Dan Brown. Una buena pregunta sería si esta maniobra que llevaría a cabo Cervantes es una práctica común o siquiera verificable en el usus escribendi del Siglo de Oro, de acuerdo con los mecanismos que tan agudamente ha analizado el equipo. La respuesta sería seguramente negativa. Se nos dirá entonces que Cervantes es un genio y un adelantado a su tiempo. Pero esa discusión es propia de la recepción y la crítica del libro antes que de su confección propiamente dicha.

La teoría literaria que subyace a este afán de identificar el lugar de la Mancha es romántica: “Si llegamos a conocer el linaje de don Quijote [es decir, de donde es realmente], podemos evitar no darnos cuenta de ciertos aspectos de su personalidad y forma de vida que nuestras propias circunstancias impiden percibir. El saber por análisis geográfico que Cervantes imaginaba a su protagonista viajando desde y hasta Villanueva de los Infantes nos da la fascinante posibilidad de cotejar la vida allí con lo que tenemos reelaborado en la novela” (p. 133). Esta cita revela que los autores pretenden valorar la literatura en función de su cabal correspondencia con una realidad específica. Aplicando el esencialismo, se consideraría que saber cuál es el pueblo de don Quijote nos permite conocer mejor su personalidad. ¿Valdría la pena hacer lo mismo con el segoviano Pablos del Buscón o el sevillano Guzmán de Alfarache, criaturas literarias contemporáneas del hidalgo Quijano? ¿Qué beneficio conlleva conocer la identidad sevillana de Guzmán (la calle o el barrio en que vivió) para conocer más a profundidad sus rasgos personales?

La única forma de admitir este postulado del estudio es asumir que Cervantes es un escritor realista, un contemporáneo y colega de empeños de Gustave Flaubert o Benito Pérez Galdós, y lo cierto es que no lo es. La representación de la realidad que lleva a cabo Cervantes dista mucho de ser un reflejo de la realidad con el rigor de los maestros referidos. Se sabe que para narrar la escena de una carrera de caballos a la que asiste el protagonista de La educación sentimental, Flaubert investigó en hemerotecas para que hasta los nombres de los caballos que corrieron esa tarde fueran fehacientes; algo similar hizo Vargas Llosa al viajar a Brasil para reconocer los escenarios de La guerra del fin del mundo; Pérez Galdós visitó los bajos fondos de Madrid para componer su Misericordia. Pero Cervantes nunca viajó a Noruega para sentirse autorizado a escribir Los trabajos de Persiles y Sigismunda, no solo porque el viaje hubiera sido complicadísimo, sino más que nada porque la poética de la novela de su época no le exigia ese tipo de mímesis. Este asunto lo expuso con solvencia Felix Martinez Bonati en su El Quijote y la poética de la novela y es lo que explica por qué es posible que se reúnan tantos personajes por mero producto del azar en la venta de Palomeque el Zurdo.

Solo creyendo que Cervantes es un escritor realista decimonónico que aplica la observación científica a la realidad y la plasma siguiendo ese criterio se puede creer que sea válido “determinar con precisión casi matemática a que velocidad media (V) debieron andar las caballerías Rocinante-Rucio…” (p. 137). Los autores se apoyan en este punto en una tesis doctoral de 1976 presentada en una Facultad de Veterinaria. Más allá de la anécdota, no sé cómo contribuye hacer esa medición para el mejor conocimiento de Cervantes y su obra literaria, llena, como admiten los autores del artículo, de descuidos y olvidos. Resulta ingenuo, por eso, razonar que el “pueblo” debió ser Villanueva de los Infantes porque, entre otras razones, en un pueblo grande podía existir un cura que demostrara un conocimiento literario tan profundo como lo ofrece Pero Pérez en el capítulo del escrutinio de los libros. El problema de este razonamiento es que, en capítulos previos, el narrador había declarado que el cura era “hombre docto, graduado en Sigüenza”. La explicación es, sencillamente, que la pulla es convincente para burlarse de su juicio literario en ese capitulo inicial de la novela, pero luego queda de lado cuando se trata de juzgar los libros de la biblioteca de don Quijote: esos comentarios de lector aficionado a las bellas letras reflejan el conocimiento de Cervantes y sus propias opiniones probablemente e incluyen la fina ironía de evaluar su propio trabajo (La Galatea “propone algo y no concluye nada”). La contradicción quebraría el pacto ficcional realista, pero era irrelevante en el Siglo de Oro. Es un hecho tan irrelevante como el siguiente: la segunda parte, publicada en 1615, afirma que don Quijote hizo su segunda salida poco menos de un año después de la primera (digamos cerca del verano de 1606). Sin embargo, las cartas que intercambian Teresa Panza y la duquesa están fechadas en 1614, en días en los que seguramente Cervantes estaba escribiendo aquellos capítulos. Se trataría de una escandalosa incoherencia en un autor moderno, pero un ripio para un narrador aurisecular. Lo mismo puede afirmarse con el criterio del “punto de vista” que Quevedo o Mateo Alemán rompen a veces, por descuido, en los relatos supuestamente autobiográficos de sus pícaros. Lo mismo ocurre cuando Lázaro de Tormes menciona a Tulio y cita adagios latinos en su prólogo, un conocimiento que negaría su condición de huérfano que ha estudiado solo en la “universidad de la vida”. Si todo este panorama de inexactitudes y descuidos es moneda corriente en la época (porque no interesaban mayormente), ¿cómo creer que Cervantes haya reflejado fielmente las distancias recorridas por las monturas de los protagonistas? Absurdo.

El artículo acaba con la referencia al histórico Juan de León, oriundo de Villanueva de los Infantes, supuesto loco, bandolero, que vagabundeaba por el Campo de Montiel y de quien Cervantes pudo escuchar hablar en 1581. El dato es interesante, curioso y útil, pero de ningún modo imprescindible para la valoración de la novela de Cervantes. Incluso admitiendo que haya una influencia de este “modelo vivo”, ¿a qué plantear una estructura tan alambicada en la geografía de la novela solo para ocultar el supuesto enigma para los lectores manchegos de la época, si realmente Juan de León era tan conocido? En otras palabras, digamos que Juan de León es una leyenda en el campo de Montiel, entonces todos los interesados reconocerían el personaje. ¿Por qué ocultarlo dejando todas esas supuestas pistas? No tiene mucho sentido, considerando la difusión del Quijote y su éxito, que nada tiene que ver con la determinación del lugar de la Mancha. El valor literario del libro, en pleno siglo XVI y más adelante obedece a razones mucho más sólidas y trascendentes que la ubicación de un dato suelto como aquel.

La conclusión del artículo manifiesta que este aspira a plantear una nueva lectura de Don Quijote a través de la contribución del auténtico lugar de la Mancha. Los autores afirman que saber que se trata de Villanueva de los Infantes ayudará a “comprender y explicar mejor el comportamiento personal de don Quijote y Sancho” (p. 152), entre otros beneficios (como revelar la estructura geográfica escondida de la novela). El siguiente paso, me imagino, sería hacer un estudio etnográfico (o interdisciplinario, de preferencia) de los hidalgos y los villanos de Villanueva de los Infantes para analizar con mayor profundidad las actitudes de la pareja protagónica, es decir asumir que fueron sujetos de carne y hueso. Discrepo de este sendero crítico. Lo particular de los personajes literarios, precisamente, es que los podemos conocer mejor que a las personas reales. Una nueva lectura de don Quijote consistiría en descubrir un tema nuevo (un tema literario, no una anécdota), una técnica desatendida o una dimensión cultural que estaba sumergida (si lo de dejar enigmas fuera una práctica usual en el Siglo de Oro, vaya y pase, pero no es el caso). Incluso admitiendo que el lugar de la Mancha fuera efectivamente Villanueva de los Infantes, se trata de un hecho ajeno al fenómeno literario que es Don Quijote como novela, aunque sí sea pertinente y primordial para campañas turísticas y orgullo identitario. Visto así, sería en todo caso un episodio de la recepción de Don Quijote alrededor de su cuarto aniversario o una nota a pie de pagina en una próxima edición del texto auspiciada por una diputación u otro gobierno local manchego.

“La juventud de Cervantes. Una vida en construcción” de José Manuel Lucía Megías

Maquetaci—n 1¿Se requiere una nueva biografía de Cervantes? Creo que sí. Como las traducciones literarias, las biografías nos proponen lecturas que reflejan nuevas perspectivas, nuevas formas de mirar a los personajes y a sus obras. Así como cada siglo tiene su Don Quijote de la Mancha, como texto, como mito y como logro novelístico, cada uno ha tenido su propia imagen de Cervantes. La del siglo XVIII es la muy pionera y meritoria que trazó Gregorio Mayans y Siscar. La del XX tiene dos fuentes. La primera es la Vida ejemplar y heroica (1958) de Luis Astrana Marín, que sigue aún un modelo romántico y desbordante por lo documentalista sin mucha criba, en la senda de la filología erudita de M. Ménendez y Pelayo y sus discípulos. La otra es la que marcó el cervantismo de la segunda mitad del XX: Cervantes, de Jean Canavaggio, un libro riguroso y a la vez apasionado, que sienta las bases de la lectura contemporánea del autor del Don Quijote. La biografía de Canavaggio era sólida, sin exageraciones, compuesta en un estilo y formato más afín al de la escuela historiográfica francesa de los Annales: su Cervantes era sobrio, sin leyendas ni el fetichismo autorial de antaño.

Dicho todo esto, La juventud de Cervantes. Una vida en construcción (2016) es un suceso, por lo novedoso de su planteamiento y la circunstancia en que aparece. Este libro constituye la primera parte de una nueva biografía de Cervantes que se propone tomar distancia de los modelos referidos, tanto en su perspectiva como en su formato (sobresaliente en su didactismo y colorido atractivo). Podría decirse que esta es una vida de Cervantes para lectores del siglo XXI: con su cuota de escepticismo, pero también con su curiosidad enciclopédica, inclinación por los saberes sintetizados y necesidad de observar lo que se lee. Sin compromisos ideológicos, lejos del nacionalismo que encubra a Cervantes como esencia de lo español y lejos también de la visión castrista que lo vuelve un marginal o un hipócrita por necesidad (felizmente sin vivir desviviéndose), la biografía que presenta José Manuel Lucía Mejías es un relato objetivo, sencillo, pensado para un público curioso mas no erudito, lo cual no quiere decir que carezca de rigor, ya que el autor es uno de los cervantistas más destacados de la actualidad.

La juventud de Cervantes se presenta sin el tráfago de notas a pie que los especialistas devoramos, pero que al lector actual espantan. El libro cumple con la misión de exponer con claridad lo complejo, sin caer en simplificaciones ni descuidar su relevancia. Una de las claves de esta biografía es la palabra construcción, porque el joven Cervantes se construye a sí mismo, pero también ocurre que la crítica ha ido construyendo una mitología de su vida, alrededor de imágenes, interpretaciones y deseos, a lo largo de cuatro siglos. Lucía Megías expone objetivamente la dimensión mítica de Cervantes, sin defenderla ni con pretensión de preservarla, mientras la contrasta con el Cervantes ser humano, más próximo a un individuo del Siglo de Oro, con sus dificultades y esfuerzos.

Dividida en tres, la vida del joven Cervantes está en constante transformación, in progress: el estudiante, el soldado y el cautivo. Accedemos a un Cervantes cotidiano, con sueños propios de un muchacho de su tiempo, tan cambiantes como los caminos que va tomando. Junto a López de Hoyos pretendería educarse para ser un letrado y acceder a una plaza de funcionario en la maquinaria administrativa de Felipe II. Luego, abraza la vida de soldado con la esperanza de ver el mundo y ganar honores. Su regreso a España tenía el objeto de asegurar el nombramiento de capitán, que hubiera sido la consolidación de su carrera militar, pero esta se ve truncada por el cautiverio. Sus cinco años de cautivo en Argel son la gran prueba de su vida y lo marcan como un hierro caliente: su único proyecto claro ahora es escapar. Cuando lo logra, en 1580, con treinta y tres años, el panorama de la corte es desalentador: todo ha cambiado, le cuesta reinsertarse y debe volver a empezar como pretendiente. Esta siguiente etapa de su vida será cubierta en un segundo volumen, ya que La juventud de Cervantes lleva por subtítulo Retazos de una biografía en los Siglo de Oro. Parte I. La imagen del “retazo”, de hecho, nos recuerda al manuscrito arábigo maltratado de Cide Hamete Benengeli y a tantos fragmentos o borrones que componen el gran archivo de la historia de los siglos XVI y XVII.

Una nota aparte merece el epílogo dedicado a “Los huesos de Cervantes”, en el que Lucía Megías ofrece una lúcida visión de aquella empresa digna del museo de los esfuerzos inútiles: como en el viejo cuento del traje nuevo del emperador, la búsqueda de los huesos de Cervantes desnuda los afanes ridículos de cierta élite política que ansía fagocitar la cultura malentendida como leyenda. Es la misma pompa y boato que repugnarían a ese autor que quisiera presentar la historia de don Quijote monda y desnuda. En conclusión, La juventud de Cervantes recupera la figura de Cervantes para el gran público y lo instala en estos nuevos tiempos de velocidad y pantallas táctiles.

El teatro de Miguel de Cervantes

9788498951745_l38_04_hEn 2015 apareció el volumen de Comedias y tragedias de Miguel de Cervantes, coordinado por Luis Gómez Canseco, bajo el sello de la Real Academia Española. Este año ha aparecido El teatro de Miguel de Cervantes, que puede considerarse un útil apéndice o “primo hermano” de aquella edición, según lo definen sus tres autores, Ignacio García Aguilar, Luis Gómez Canseco y Adrián J. Sáez. En su brevedad, el libro expone los rasgos esenciales de la obra dramática cervantina, su evolución, sus logros y limitaciones.

Cervantes, según propio testimonio, amaba el teatro, aunque esta pasión no se plasmó precisamente en un teatro de vanguardia. Formado en la literatura del siglo XVI, el alcalaíno fue un innovador absoluto en la forma novelesca, pero su dramaturgia se queda un tanto anquilosada y nunca llega a cuajar del todo. Hay muchas explicaciones a este desfase, que le hizo perder el tren de la comedia nueva del XVII: la personalidad desbordante de Lope de Vega, sea por talento, carisma o éxito en el patronazgo, que opaca toda propuesta dramática paralela; su cautiverio argelino, que le hizo obsesionarse en torno a un par de temas (el heroísmo del cautivo o el cerco militar); o su gusto por lo espectacular, que dados los recursos de la época solía naufragar en obras de montaje algo torpe; o simplemente que no tenía don literario para las tablas. En torno a esto último, piénsese que con Lope es al revés: su prosa es accesoria de su rica obra dramática; su libro en prosa más sobresaliente es La Dorotea, que en realidad está dispuesta siguiendo una estructura teatral.

El teatro de Miguel de Cervantes nos propone tres periodos en la dramaturgia del autor de Don Quijote: la primera, de 1582 a 1587, corresponde a La Numancia, El trato de Argel, La confusa y La conquista de Jerusalén. La segunda etapa, de transición, corresponde a los años posteriores a 1587, en su segunda etapa sevillana, hasta la mudanza a la corte, por los años de la primera parte de Don Quijote de la Mancha. En esta etapa compone Los baños de Argel (reescritura de El trato de Argel) y la complicada Casa de los celos y selvas de Andrenia. El último periodo en su teatro es el que va desde el éxito de la primera parte de Don Quijote, en 1605 hasta la publicación de las Ocho comedias y ocho entremeses, en 1615, en el que se incluyen las siguientes obras extensas: El gallardo español, La gran sultana, El laberinto de amor, El rufián dichoso, La entretenida y Pedro de Urdemalas, a las que se suman las dos comedias de la etapa previa (Los baños de Argel y Casa de los celos).

Junto a los dos temas obsesivos advertidos más arriba (el cautiverio y el asedio militar), Cervantes desarrolla los temas del amor y la aventura (La casa de los celos y El laberinto de amor), así como la picaresca (Pedro de Urdemalas, El rufián dichoso y La entretenida). En torno al primer asunto, es interesante notar que la trama laberíntica logra mejores resultados en su prosa, como lo demuestra el extenso episodio de la venta y los amores que se entrecruzan en ella en el Don Quijote de 1605. En torno a la recreación del mundo picaresco, los resultados son mucho más convincentes: tanto Pedro de Urdemalas como El rufián dichoso están a la altura de la complejidad literaria de novelas cortas como La ilustre fregona o Rinconete y Cortadillo, que abordan el tema con el mismo propósito paródico y renovador.

Por otro lado, los ocho entremeses de la colección de 1615, que son las piezas teatrales cervantinas que han gozado de mayor fortuna crítica, también van a contracorriente de las tendencias de la época, en que imperaba la fórmula de Quiñones de Benavente, y se remontan, de nuevo, a prácticas previas, con Lope de Rueda como modelo. Probablemente por su original tratamiento del humor, del que es muestra excelente Don Quijote, los entremeses de Cervantes han logrado ponerse casi a la altura de su obra narrativa y se codean de tú a tú con ella en la tradición crítica. Un entremés como El retablo de las maravillas nos recuerda la misma perspectiva metaliteraria de las mejores páginas cervantinas.

El teatro de Cervantes se cierra con tres secciones sumamente útiles. La primera (“Función en las tablas”) resalta el esmero del alcalaíno en las acotaciones escénicas, lo cual evidencia que, pese a que las piezas no fueran representadas, su autor tenía plena conciencia de los mecanismos de producción y nunca perdió su interés en verlas montadas. La segunda, llamada “Recepción y crítica”, nos plantea la historia de los montajes de estas obras, sumada a la trayectoria de las investigaciones en torno al teatro cervantino, así como su más reciente estado de la cuestión. Por último, la tercera sección se compone de una antología de textos cervantinos sobre el teatro: el prólogo de las Ocho comedias y ocho entremeses; la conversación sobre el teatro inserta en el capítulo XLVIII del Don Quijote de 1605; el diálogo entre Comedia y Curiosidad proveniente de la segunda jornada de El rufián dichoso; un fragmento de la Adjunta al Parnaso; y el contrato de 1592 entre Cervantes y el autor de comedias Rodrigo de Osorio. Con todo ello, El teatro de Cervantes constituye una excelente introducción a la dramaturgia de aquel gran “aficionado a la carátula” que fue el autor de Don Quijote.

Picaresca y pastoral en “La ilustre fregona”

novelas ejemplares colegio mexicoMiguel de Cervantes era un gran aficionado a la pastoral. Testimonio de ello son La Galatea, las huellas del género en Don Quijote y la promesa de una segunda parte de su primera novela hasta en su lecho de muerte. Como indica Juan Bautista Avalle-Arce, “lo pastoril constituye una infragmentable continuidad que deja una huella ineludible en su mundo poético”. En este trabajo nuestro objetivo es llamar la atención sobre la presencia de la pastoral en “La ilustre fregona”, texto tradicionalmente considerado como un experimento de Cervantes con la picaresca. La novela en cuestión se une a otras tres novelas de la colección de las Novelas ejemplares que se ocupan de proponer una reflexión crítica acerca del género picaresco: “Rinconete y Cortadillo”, “El casamiento engañoso” y “El coloquio de los perros”.

La crítica ha observado la fragmentación como principio estructurante de la narrativa cervantina, la mayor parte de la veces por la presencia de historias incompletas. Esta característica se halla presente en las novelas cortas mencionadas: “El casamiento engañoso” da paso a “El coloquio de los perros” y queda abierta la pregunta en torno a si son dos novelas o una sola o una dentro de otra (probablemente las tres hipótesis son ciertas). “El coloquio de los perros” queda suspendida a la espera de la segunda parte que Cervantes no escribió, pero que sus personajes (los perros y el narrador, el alférez Campuzano) asumen como una tarea pendiente. Por su parte, “Rinconete y Cortadillo” es un relato cuyos protagonistas ceden espacio a los otros visitantes del patio de Monipodio y, al finalizar la jornada, ni siquiera el propio narrador puede determinar cuál será su destino. Nuestro interés en “La ilustre fregona”, en particular, se basa en el juego cervantino con las “regiones de la imaginación”, que en dicha novela provienen de los ámbitos picaresco y pastoral, así como en los notables paralelos que ofrece con Don Quijote de la Mancha. Las “regiones de la imaginación” son, en buena medida, generadas por los fenómenos ya apuntados, la fragmentación y la discontinuidad, esenciales en la ficción de Cervantes. Carmela Zanelli ha analizado, en los episodios de la pastora Torralba y el retablo de Maese Pedro dentro de Don Quijote, cómo tales fenómenos se plasman en la interrupción narrativa, “recurso literario que permite revelar […] las convenciones artísticas que sostienen la totalidad de la novela y que sirven a Cervantes para abordar, en particular, una nueva estética pastoril y caballeresca”. En “La ilustre fregona” encontramos paralelismos estructurales con Don Quijote que revelan igualmente un reelaboración de lo pastoril al servicio de superar las convenciones asociadas con el discurso picaresco y proponer una estética original cervantina.

Un lugar común de la tradición crítica en torno a las Novelas ejemplares es diferenciar las novelas “realistas” frente a las “idealistas”, que en tiempos más recientes se intercambiaron por etiquetas como “novel” y “romance” respectivamente; panorama en el que las primeras han gozado de mayor prestigio en el canon literario contemporáneo, cuando en el siglo XVII la recepción era otra: novelas como “El amante liberal” o “La española inglesa” tuvieron un éxito de ediciones y traducciones en Europa más grande que “Rinconete y Cortadillo” o el propio “Coloquio de los perros”. Pues bien, hago mías aquí las palabras de Felix Martínez Bonati: “Lejos de una simple contraposición de idealización y realismo […], Cervantes opera desde la partida con un sistema complejo de diversas esferas de estilización”. Precisamente, las “regiones de la imaginación” pueden definirse como los distintos principios de estilización que se plasman en la narrativa cervantina. Así se reconocen una región pastoril, una región caballeresca o romanesca, y una región picaresca, entre otras varias que se pueden reconocer en sus textos. Cada región de la imaginación provee no solo de un escenario (que sería lo más aparente), sino ante todo un perfil de personaje, un estilo, una ideología, lugares comunes literarios, así como un horizonte de expectativas para que el personaje cervantino se desarrolle y lleve a cabo su representación. De más está, acaso, decir que quien no comprende las características particulares de cada región (las leyes compositivas que la rigen) no sabrá apreciar la habilidad de Cervantes cuando se aplica a ellas en su magna obra, Don Quijote de la Mancha, como en las más logradas de las Novelas ejemplares. Se trata de una auténtica hazaña para la narrativa de su tiempo que un lector lego pasará por alto en desmedro del esfuerzo cervantino.[…]

El artículo completo, junto a otros trabajos más diversos e interesantes, acaba de salir publicado en Las novelas ejemplares: texto y contexto (1613-2013). Ed. Aurelio González y Nieves Rodríguez Valle. México: El Colegio de México, 2015. 309-324.

Una poliantea cervantina: “Misceláneas ejemplares”

miscelaneas ejemplaresUn género muy practicado por los humanistas del siglo XVI fue la poliantea o miscelánea de conocimientos librescos diversos. La más conocida es la Silva de varia lección del sevillano Pedro Mexía, que compone su obra antes que Michel de Montaigne, con quien algunas semejanzas guarda su trabajo (básicamente por el modelo de escritura, en el que el español pudo influir). Otra colección de este tipo es el Jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada o el mismo Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Covarrubias, en cuyas entradas el lexicógrafo se explaya en torno a saberes de toda índole. La fascinación por la poliantea llega hasta aquel Suplemento a Polidoro Virgilio que componía el personaje del primo en el episodio de la cueva de Montesinos (capítulo XXII de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha). La poliantea constituye una pieza fundamental de la arquitectura cultural del Siglo de Oro.

Bajo esta inspiración renacentista, de querer abarcar lo diverso y sugerir todos los caminos, las profesoras Alicia Parodi y Noelia Vitali, de la Universidad de Buenos Aires, coordinaron en 2013 el volumen Misceláneas ejemplares. Algunas claves para leer una colección de novelas cervantinas (Eudeba). En un reciente viaje a Sao Paulo, me obsequiaron un ejemplar y quedé cautivado por la propuesta que encierra. Se me ocurren dos antecedentes para esta publicación. Uno es el Dictionnaire des noms des personnages du Don Quichotte de Cervantes (Paris, Ed. Hispanique, 1980) de Dominique Reyre, en el cual los nombres propios de la novela son explicados y comentados. El otro es la Enciclopedia cervantina (Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1997) de Juan Bautista Avalle-Arce, mucho más exhaustivo y minucioso para los detalles que el de Reyre, pero mucho menos analítico. Misceláneas ejemplares, en su brevedad, ofrece un conjunto de contribuciones a cargo de un equipo de investigadores formados en la misma escuela filológica, aquella que fundó Amado Alonso en Argentina a mediados del siglo XX y mantiene su vitalidad con nuevas investigaciones.

Las entradas, organizadas en torno a ejes temáticos (“nombres”, “caracteres”, “de punta en punta”, “motivos bíblicos y hagiográficos”, “poesía e historia”, “la poética en símbolos”, “la poética dramatizada”, “formas”, “géneros” y “filosóficas”) invitan a hacer una lectura orgánica de las Novelas ejemplares, como un universo complejo y singular, con vasos comunicantes entre todas ellas. Como su título lo indica, se ofrecen claves, pistas, iluminaciones, ideas poderosas que pueden expandirse para dar rienda suelta a interpretaciones. En esto, el libro se presta a ser leído tal como se leía una poliantea, a la manera de un diccionario o enciclopedia: no de principio a fin, en un orden fijo, sino saltando de entrada a entrada o simplemente como un material de consulta para ilustrar un asunto que interese en particular al investigador. Cada entrada, con mayor o menor exhaustividad, presenta una bibliografía esencial para ingresar al análisis del tema elegido. Así, por ejemplo, la entrada sobre “Las ‘Leo’, frente a las no-‘Leo’”, de Celia Burgos Acosta, indaga en las connotaciones de nombres como Leocadia (La fuerza de la sangre) o Leonisa (El amante liberal), además de analizar su perfil psicológico, en contraste con otras figuras femeninas doncellas en las Novelas ejemplares, como Isabela (La española inglesa) y Costanza (La ilustre fregona). Igualmente, Alicia Parodi expone la riqueza de las metáforas de “circularidad” presentes en novelas como El casamiento engañoso, El licenciado Vidriera y el Coloquio de los perros. En suma, se trata de una herramienta utilísima para futuras lecturas de las Novelas ejemplares. Solo queda agradecer a las coordinadoras, así como al equipo de redactores, por la confección de esta original poliantea cervantina.

Don Quijote en clave de carnaval desde México

gabriela navaComo evocaba José Montero Reguera en El Quijote entre cuatro siglos, la publicación de The Romantic Approach to Don Quixote, del llorado maestro Anthony Close, hizo evidente la fractura, a mediados del siglo XX, entre dos maneras de analizar la obra maestra de Cervantes: la de los críticos “soft”, partidarios de la la lectura romántica y simbólica de la obra; y la de los “hard”, que buscaban resaltar los aspectos ideológicamente más transgresores. Solo a mediados de 1970 se abrió una tercera vía, que aún goza de gran salud, y que bebe del influjo de las teorías de Mikhail Bakhtin, en torno al carnaval y la cultura popular. Esta otra manera de leer Don Quijote de la Mancha y tantos otros textos del Siglo de Oro encuentra sus paradigmas en estudios que conjugan sabiamente erudición y sagacidad crítica, como los de Agustín Redondo, Maxime Chevalier, Monique Joly o Michel Moner (enumeración básica que no pretende ser exhaustiva, solo orientadora) en Francia, y en la crítica anglosajona el de James Iffland en su fundamental De fiestas y aguafiestas. Risa e ideología en Cervantes y Avellaneda (1999). A esta corriente de trabajos que ilustran el trasfondo festivo y popular de la obra cervantina, se viene a sumar ahora Los tres rostros de la plaza pública en el “Quijote” de Gabriela Nava, de la Universidad Autónoma de México. Se trata de otro de los volúmenes que traje conmigo en un viaje reciente.

El estudio se abre con un primer capítulo que desarrolla la teoría del carnaval como “rito regenerador”, como un “mundo al revés” o caos organizado que pretende cuestionar los fundamentos del orden social solo para derruirlo por unos instantes, brindarles un sosiego a los habitantes oprimidos y reconstruir su mundo. Los siguientes capítulos exploran Don Quijote de la Mancha a través de tres expresiones carnavalescas, plasmadas en espacios que reelaboran el cronotopo clásico de la “plaza pública”. En primer lugar, se analiza la venta, que opera como “espacio público festivo”. Mientras la venta de la primera salida es escenario de contrarrituales festivos (como la vela de armas), la de Juan Palomeque es el lugar de las mascaradas y las golpizas: las trazas de Maritornes, la princesa Micomicona, el cura y el barbero disfrazados, la aventura de los cueros de vino, etc. Al final de la primera parte de Don Quijote el encierro del hidalgo en una jaula evoca el destronamiento del rey Momo para acabar con el ciclo carnavalesco y dar paso a la regeneración del mundo.

Los capítulos tres y cuatro de Los tres rostros de la plaza pública indagan en torno a sendos espacios carnavalescos. En primer lugar, el palacio ducal es un espacio marcado por la espectacularidad (que nos haría pensar en un ambiente más bien cortesano y menos popular) y la teatralidad (ya que los disfraces improvisados de la primera parte dan paso a una producción más esmerada). La aventura de Clavileño marca el hito de la regeneración, nuevamente por la vía de parodia, ya que la pareja protagónica evoca a la pareja de enamorados propia del mundo caballeresco y produce la “cura” de las mujeres barbadas y otros enredos que imponen los duques como pruebas, de escarnio, para el caballero. Finalmente, el episodio de la ínsula Barataria propone otro espacio carnavalesco, el del mundo utópico, en el que Sancho Panza ejerce de “gobernante Momo”, a la que vez que se recrea el enfrentamiento entre don Carnal (Sancho) y la Cuaresma encarnada por su médico, que lo mata a dietas. La ínsula Barataria se erige como las antípodas de la realidad, un lugar imposible donde –no obstante- es posible que un villano iletrado gobierne con prudencia y buen tino. El destronamiento de este rey se produce con el remedo de batalla y su renuncia al gobierno por volver con su burro, arrinconado en el establo durante todo ese tiempo en que gozó tanto la miel como el acíbar del poder.

Los tres rostros de la plaza pública en el “Quijote” constituye un análisis claro y perspicaz de una veta que se muestra productiva para el análisis de la obra cervantina. Este estudio, en su brevedad, exhibe un engarce muy efectivo entre teoría y texto literario, además de un manejo bibliográfico eficaz. Finalmente, las páginas de Los tres rostros destilan pasión por Don Quijote y sus posibilidades como texto festivo, una perspectiva en la que aún hay mucho por hacer. Gabriela Nava nos brinda una lectura carnavalesca accesible y profunda de la clásica historia del hidalgo manchego, recuperando sus reverberaciones cósmicas (y cómicas) más esenciales.